18 de enero de 2017

SOCORRO… ¡LLEGA TRUMP!

Luis Casado. alainet.org

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
A veces, cuando una parte de los medios de comunicación del sistema, nos pintan el futuro tiñéndolo de las más agoreras y atroces amenazas, no está de más adoptar un tono irónico, como hace Luis Casado en este texto.

Siendo, como es Donald Trump, un reaccionario, no precisamente un discreto diplomático en sus declaraciones públicas y alguien que no parece demasiado preocupado por no parecer un payaso, Casado demuestra que no será el único presidente que no pase a la posteridad por brillo intelectual propio -conviene recordar que a Obama le han hecho siempre los discursos-, ni será seguramente un Presidente benéfico para sus conciudadanos, ni de los países del resto del mundo. Pero difícilmente creo que pueda igualar la cifra de muertos producidos por las guerras que ha provocado Estados Unidos y en las que ha participado durante el mandato Obama.

Dicho esto, estoy convencido de que ni el león será tan fiero como los partidarios de la globalización nos lo quieren pintar, ni siquiera para ella misma, sino más bien un corderito que la respete, ni será el más estúpido de los Presidentes USA. Difícil igualar a Bush y a Reagan, por citar solo a dos de los que menciona Casado en su texto.

Y es que, aunque lo fuera, solo sería un títere más en las manos del complejo militar-industrial, como lo ha sido Obama, y serán sus consejeros, los lobbies de las grandes corporaciones industrilaes, financieras y de servicios los que se ocupen de hacer la política diaria de la Casa Blanca.

Mientras tanto sigan los progres, el Partido Demócrata, MoveOn, la plataforma de “activistas” profesionales y a sueldo, pagada por Soros, y sus sucursales en Europa y en España organizando la amnesia sobre lo que ha sido la Presidencia de Obama con el nuevo espantajo de las amenazas terribles que señalan nos traerá Trump.

Sin más, les dejo con el texto de Luis Casado sobre el próximo Presidente de los Estados Unidos.

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Una semana antes de la anunciada elección de Hillary a la presidencia de los EEUU difundí una nota titulada: “¿Y si gana Trump? No pasa nada”.

Tú me entiendes: nada, lo que se llama nada seguramente no. Yo quise decir nada excepcional –o nada tan desastroso– como para interrumpir la siesta parlamentaria, la modorra de La Moneda, el letargo ministerial. Eso.

Luego pasó lo que pasó: Trump obtuvo 2 millones 200 mil votos menos que Clinton, pero muchos más ‘grandes electores’, y dentro de cuatro días se instalará en la Casa Blanca. La diarrea planetaria tiene precedentes, sobre todo las provocadas por los pánicos económicos. Lo cierto es que de Angela Merkel a Bachelet, pasando por Mariano Rajoy, François Hollande y Theresa May, todos aprietan las nalgas esperando saber cómo viene la mano.

Entretanto, servidor persiste y firma. Donald Trump no me parece tener la envergadura que requiere un desastre como se pide.

Ricardo Lagos –megalomanía mediante– pudo engendrar el Transantiago, el MOP-Gate, los jarrones de Corfo, el tren Victoria-Puerto Montt, Inverlink, un ‘royalty’ que le ahorró 4 mil millones de dólares de impuestos a las grandes mineras y una larga lista de escándalos que él es único en haber olvidado.

Guardando las proporciones, Lagos se sitúa al nivel de su mentor Felipe González y sus salidas de madre con el GAL, Pablo Escobar, la trama de Filesa, Malesa y Time-Export, los sobresueldos con las platas reservadas, el caso Flick y el dinero de la fundación Friedrich Ebert, la venta de Rumasa al grupo Cisneros, y otros delitos no menores.

En los tiempos que corren, los presidentes suelen ser de una mediocridad abismante. No, yo no he mencionado a Sebastián Piñera ni a Bachelet. Me refiero a los presidentes de los EEUU.

Larry Schwartz publicó –en febrero del 2015– una reseña de algunos de ellos, y su nota vale el desplazamiento. Mira ver:

Algunos fueron brillantes, otros apenas pálidas ampolletas. Si tuviésemos que juzgar sólo por la variedad de su vocabulario, parecería que con el paso de los siglos nuestros presidentes se están poniendo cada vez más babiecas”.

Un análisis del diario The Guardian clasificó los discursos presidenciales por nivel de educación, utilizando el test de legibilidad Flesch-Kincaid.

George Washington y los Founding Fathers (los padres de la patria del imperio) obtuvieron nota 20, mientras que los presidentes actuales apenas llegaron a 10. No parece una coincidencia que los dos Bush –padre e hijo– estuviesen entre los más iletrados.

Entre las lumbreras se cuenta Thomas Jefferson. Como dice Schwartz, “Cualquiera capaz de redactar la frase ‘Tenemos esta verdad como evidente, que todos los hombres son creados iguales’, ya tiene mérito”.

El tercer presidente de los EEUU era una bala en matemáticas, filosofía, historia e idiomas: además del inglés dominaba el francés, el latín y el griego. Todo gracias a la escuela pública. Por mérito propio llegó a ser un gran arquitecto, horticultor, autor, inventor, músico (tocaba el violín, el cello y el clavicordio), jurista, ornitólogo, paleontólogo, arqueólogo y poeta.

En alguna ocasión, John F. Kennedy, dirigiéndose a un areópago de premios Nobel, declaró: “Me parece que esta es la más extraordinaria colección de talento y de conocimiento que jamás se haya reunido en la Casa Blanca, con la excepción de cuando Thomas Jefferson cenaba solo.”

Jefferson, para orgullo de los estadounidenses, no fue el único. En la lista de los presidentes que poseían un cerebro, y lo utilizaban, se cuentan James Madison, John Adams, Woodrow Wilson, Theodore Roosevelt y James Garfield. Gloria a ellos.

Entre los zopencos, matungos, alcornoques, babosos, bodoques, bolonios, borricotes, pelmazos y tontos de capirote hay que filtrar el género para no alargar la lista. Como es normal, algunos brillan –si oso escribir– con oscuridad propia.
Warren Harding Larry Schwartz se pregunta:

¿Cómo podemos juzgar la inteligencia de un presidente? Un método consiste en observar su comportamiento y, según ese estándar, Warren Harding –vigésimo noveno presidente– está en la breve lista de los peores mandatarios y fue, definitivamente, el más idiota de los Comandantes en Jefe.”

Harding era un senador indiferente, que se transformó en un presidente indiferente. En su discurso inaugural dijo: “Nuestra tendencia más peligrosa es esperar demasiado del gobierno, y al mismo tiempo hacer muy poco por él”. Schwartz asegura que Harding cumplió fielmente esto último. Durante su presidencia los escándalos aparecían detrás de cada puerta, y él mismo no se enteraba ni por la prensa.

Los republicanos le ungieron candidato en parte porque tenía buena pinta y en el año 1920 las mujeres votaban por primera vez. Desde luego Harding ni siquiera se molestó en ir a votar para acordarles ese derecho. Pero le gustaban las mujeres, a juzgar por sus numerosos líos extramaritales. También organizaba fiestuzas en la Casa Blanca, muy bien regadas con alcohol, algo un poquillo fuera de lugar visto que su presidencia tuvo lugar en medio de la Prohibición.

H.L. Mencken –periodista, editor y crítico social, conocido como el "Sabio de Baltimore", considerado uno de los escritores más influyentes de los EEUU de la primera mitad del siglo XX– dijo de Warren Harding:

Escribe el peor inglés que jamás vi. Me hace pensar en una fila de esponjas húmedas; en andrajos colgados; en una sopa de frijoles podridos, en alaridos académicos, en perros ladrando estúpidamente durante noches interminables”.

Para desmayo de los yanquis, si Warren Harding fue el peor, no fue el único. En la lista de Schwartz figuran –en lugar destacado– George W. Bush, Andrew Johnson, Gerald Ford y Ronald Reagan.

George W. Bush
A pesar de haber desertado la guerra de Vietnam enchufándose en la Air Force Reserve, y de haber fracasado en numerosos emprendimientos, W. Bush aprovechó su ineptitud llegando a ser un inútil Gobernador de Texas allí donde el Gobernador –por Ley– literalmente no hace nada. Luego devino el cuadragésimo tercer presidente de los EEUU.

Ni siquiera se enteró de la llegada de la gigantesca crisis económica que hundió el planeta, y en los últimos meses ni siquiera le dejaron participar en las reuniones del gobierno. Como presidente se tomó exactamente 879 días de vacaciones, más de dos años del tiempo de su mandato. En sus propias inmortales palabras, “Pasará mucho tiempo después de mi partida antes de que alguna persona inteligente llegue a comprender lo que pasó en esta Oficina Oval”.

Andrew Johnson
El décimo séptimo presidente de los EEUU fue un borrachín, un pechoño y un líder desastroso. Sucedió a Abraham Lincoln, y es difícil imaginar dos personalidades más alejadas intelectualmente. Aún cuando era partidario del esclavismo, durante la Guerra Civil se mantuvo en el campo de la Unión con el fin de satisfacer sus ambiciones presidenciales.

Cuando Lincoln -baleado- estaba muriendo, no encontró nada mejor que emborracharse. Al morir Lincoln tuvieron que despertarle para que jurase el cargo. Aún borracho, “los ojos hinchados, el pelo cubierto de lodo de la calle”, hizo un discurso inaugural digno de ser olvidado, para decirlo diplomáticamente. Más tarde fue inculpado, aún cuando escapó milagrosamente de ser condenado y destituido del cargo.

Gerald Ford
El trigésimo octavo presidente llegó al poder cuando Nixon dimitió para evitar la destitución en razón del escándalo del Watergate. En la Universidad, Gerald Ford se destacó jugando fútbol americano. Habida cuenta de sus inhabilidades, Lyndon Johnson pudo declarar que Ford “había jugado demasiado fútbol sin el casco”. En otra ocasión, Johnson afirmó: “Jerry Ford es tan idiota que no puede tirarse un pedo y mascar chicle al mismo tiempo”.

Schwartz agrega que si alguien dudase de lo cretino que era Gerald Ford, una de sus frases bastaría para convencerle: “Si hoy día Lincoln estuviese vivo, se daría vueltas en su tumba” (sic).

Ronald Reagan
Del cuadragésimo presidente de los EEUU se cuentan historias. Interrogado por un periodista acerca de la hora tardía en que llegaba a la oficina, y lo temprano que se iba, respondió: “Es cierto que el trabajo no mata, pero… ¿para qué correr riesgos?” En las reuniones del G7 se sentaba junto a los otros seis mandatarios, contaba el último chiste y se iba.

Alarmado por la dimensión gigantesca que adquiría la deuda pública del gobierno federal, un periodista le preguntó qué pensaba al respecto. La respuesta de Reagan: “La deuda ya está bastante grandecita para cuidarse sola”. En la práctica Reagan no gobernó, dejándole esa aburrida tarea a sus colaboradores. A Ronnie le gustaba hacer discursos. Una de sus frases célebres, pronunciada con una sonrisa y un guiño: “Los hechos son cosas estúpidas”.

Hasta donde uno puede juzgar, Donald Trump está lejos de ser un Jefferson, pero nada asegura que sea un Ronald Reagan. Si el primero era un brillante intelectual, y el segundo un papanatas, Donald Trump parece navegar en las procelosas aguas de la medianía, ya se verá si podemos llamarla mediocridad.

Visto a la distancia, Trump no parece más idiota que W. Bush, ni más proteccionista que Washington, Hamilton, Clay o Lincoln, ni más reaccionario, brutal y grosero que Nixon, ni más putero que Kennedy, ni más irresponsable que Bill Clinton.

Como todos los presidentes del imperio, Trump está rodeado de intereses creados, del complejo militaro-industrial, de Wall Strett, la banca, las compañías de seguros, big business, el Congreso, la FED, los gobiernos estaduales y una nube de cabilderos voraces y venales.

Sus diatribas contra la gran industria –que ante la duda prefiere ser obediente– tienen un regusto a desplante torero, a un muy machacado “deténganme que si no lo mato”. El mundo es algo más que eso. Por el momento, los “mercados” no se inmutan. Como siempre, consideran que hasta una pasajera fiebre proteccionista es “una oportunidad de negocio”.

Servidor toma palco, se arrellana y observa. Ya veremos.

16 de enero de 2017

INTERMÓN OXFAM Y EL CÁNDIDO CUENTO DE LA REDISTRIBUCIÓN

60 años viviendo del cuento y 2.000
 contando el mismo cuento
Por Marat

No puedo con los curas. Se me atragantan. Y no porque no admita que hay dentro de ellos una parte realmente comprometida con un mundo de justicia e igualdad reales pero su tendencia a buscar la vía más pacífica y pacifista para lograrlo les lleva a esconder las causas reales de la desigualdad. Por lo mismo no puedo ni soporto a la vieja socialdemocracia ni menos aún a los progres, que ya han olvidado incluso las raíces de la desigualdad en una estructura de clases que se asienta en la explotación dentro del mundo laboral y en la apropiación del trabajo ajeno. Esto para no hablar de plusvalía, que a algunos les suena a “viejo comunismo rancio de Marx”, aunque no conocen nada de Marx, ni siquiera a través de la vía falsificada de los planes de estudio de los que ha sido excluido ya hace años. Pero los ignorantes tienen un inmarcesible apego a dar lecciones de “cuñao” de lo que ni siquiera alcanzan a hablar de oídas.

Lo de los curas va por Intermón Oxfan. Esta organización (ONG), plagada de profesionales a sueldo a costa de la pobreza, nació católica en 1956 y ligada Secretariado de Misiones y Propaganda de la Compañía de Jesús (los jesuitas). Era entonces una organización asistencialista. Hoy, más laica formalmente, sigue manteniendo vínculos con los jesuitas y con la misma orientación de dar cataplasmas a la pobreza.

Para Intermón Oxfam es necesario luchar contra la pobreza mediante un mayor aumento del gasto público (de los Estados) para hacer frente a la lucha contra la pobreza global y la desigualdad.

En su último informe, “Una economía para el 99%”, esta ONG se plantea la necesidad de “repensar el modelo económico”. Cada vez que escucho o leo la palabra repensar sé que estoy ante un vendedor de humo, que no tiene intención alguna de transformar la realidad. A estas alturas del capitalismo ya debiéramos saber dónde se produce el origen de la desigualdad, que no es ni en la cuna ni en la diferencia de salarios, por adelantar alguna conclusión sobre dicho informe.

Y cada vez que leo o escucho a alguien hablar del 99% y del 1% sé que un charlatán quiere jugar al engaño. No hay un 99% de personas oprimidas por un supuesto 1% porque el capitalismo es una estructura social que requiere de algo más de base que el 1% y porque de las estructuras de dominación de la burguesía participan otros sectores que no son los plutócratas más megaricos. Está toda esa clase alta, media-alta y media, que tiene medios de producción propios, contrata trabajadores y los sobreexplota con salarios de miseria, largas jornadas laborales, contratos basura, represión y amenazas de despido si se quejan. Así que esos no son oprimidos y, francamente, si los muchimillonarios, al concentrar su riqueza, amenazan la estabilidad de los sectores de las medianas y pequeñas empresas no seré yo quien llore por ellos. No me hablen de que crean empleo porque, mucho de ese empleo es de tipo inducido; es decir, que proviene del que genera indirectamente el gran capital, que también es enemigo y opresor de la clase trabajadora.

Y es que muchos, iletrados, ignorantes o gentes de mala fe, tratan de desvincular pobreza y clase social. Pero “los pobres” pertenecen a una clase social determinada, cada vez más trabajadores ocupados están bajo el umbral de la pobreza y los parados tampoco pertenecen a los ricos (la burguesía capitalista, que decimos los comunistas rancios).

Cuando se alude al “modelo económico”, y no al sistema económico, de lo que se está hablando es de una forma de lograr productividad, crecimiento y redistribución pero sin poner en tela de juicio las bases sociales de ese sistema económico que no son otras que el trabajo asalariado, unas relaciones sociales de producción capital-trabajo, una propiedad privada de los medios de producción y, consecuentemente a lo que acabo de señalar, una apropiación privada del beneficio. Y es aquí donde se encuentra la madre del cordero. Éstas y no otras son la base de la desigualdad y de la pobreza.

Una propiedad social (no digo simplemente estatal) de los medios de producción conllevaría, inevitablemente, un reparto más justo e igualitario de la riqueza nacional e internacional, si dichas relaciones sociales de producción cambiasen desde la base e implicasen un intercambio justo y equivalente entre los países.

Pero Intermón Oxfam pretende personalizar, en lugar de hablar de un sistema de relaciones sociales dentro del mundo empresarial, y contarnos que entre Amancio Ortega, de Inditex, su hija Sandra Ortega y Juan Roig, de Mercadona acumulan tanta riqueza como el 30% más pobre de España. Prefiere contarnos también que en nuestro país el ejecutivo que más cobra tiene un sueldo 96 veces superior al empleado medio,

Cuando las cifras son escandalosas bloquean el pensamiento y la capacidad de reflexionar sobre las raíces reales de la desigualdad.

De este modo Intermón Oxfan puede vendernos que hay que hacer políticas fiscales más redistributivas y subir los salarios a 1.000 euros para que haya un reparto más equitativo de los bienes como, si el Estado, que es el destinatario de tales peticiones, no fuera el Estado de una clase social concreta y como si la burguesía fuese a permitir que se dañara su tasa de acumulación, vía impuestos o vía salarios más elevados.

A base de cifras escandalosas, los curas y sus laicos monaguillos pretenden hacernos tontos, que nos conformemos con unas migajas más, que no nos van a ser concedidas sino en la medida en que podamos consumir más y hacer más ricos a a los ricos para los que estas gentes bondadosas rezan y trabajan, que no queramos cortar el nudo gordiano del capital que nos atenaza y que jamás reclamemos para nosotros, no ya el fruto de nuestro trabajo, que siempre será un salario, mayor o menor pero injusto, sino la abolición de unas relaciones contractuales en la que la producción es social pero la riqueza es privada.

¿Nos sorprende que la cumbre de los megaricos en Davos arranque, mañana martes 17 de Enero con la cuestión de la “reforma del capitalismo” en su agenda, el mismo cuento que el G-20 propuso en 2009? No debiera. Las religiones y los capitalistas ponen de manera eterna el la zanahoria delante del burro; una zanahoria que el asno nunca llegará a alcanzar mientras la misma mano sujete el palo del que cuelga.   

Pero eso sería socialismo, algo defendido por comunistas. Y ya se sabe que los que nos acunan y duermen con cuentos, recordando a León Felipe, son mucho más eficaces -pregúntense para quienes y con qué objetivos- que las arengas que les soltamos los rancios marxistas.