17 de diciembre de 2016

EL IDENTITARISMO, EL CAPITALISMO Y LA IDEOLOGÍA

Maciek Wisniewski. La Jornada

El identitarismo –multiculturalismo o mal llamada corrección política–el principal leitmotiv de las elecciones en EU, las convirtió en un choque entre sus defensores (H. Clinton) y detractores (Trump). Ahora el mismo término se convirtió en uno de los principales culpables por la derrota de los demócratas (véase: P. Krugman o M. Lilla). Lo cierto es que tanto sus limitaciones como el origen de la reacción racista-sexista del trumpismo tienen un denominador común: la perenne negativa de las élites liberales a desafiar (incluso paliar) el destructivo avance del capital.

2) Desde los 70 el identitarismo fue la principal estrategia electoral de los demócratas. Su culpa, sin embargo, no estaba en abrazarlo –al final se trataba de integrar las minorías en el sistema político–, sino en su simultánea capitulación ante el neoliberalismo, una guerra de clases desde arriba para restablecer los deseados niveles de ganancia mediante el empobrecimiento de los trabajadores y en la internalización de todas las restricciones materiales impuestas por él, junto con las únicas prácticas económicas posibles (privatización, desregulación, recortes). Lo poco que se reservaron era la crítica del racismo y el sexismo (y no por el papel sistémico que juegan en el capitalismo, sino por ofensivos). Era lo único que les podían ofrecer a sus votantes.

3) Vicenç Navarro: con este giro los demócratas abandonaron también la clase como una categoría sociopolítica y las políticas redistributivas en general; las nuevas políticas anti-discriminatorias sin sensibilidad de clase beneficiaron apenas a una fracción alta de la población, sin que las clases bajas sintieran su efecto y, en vez de cambiar el poder de la clase dominante, sólo cambiaron su color y género (“Público”, 14/11/16).

4) Jodi Dean, estudiando sus últimas mutaciones, apunta a un crucial vínculo entre el identitarismo y las redes emocionales del capitalismo comunicativo. Diseccionando el eslogan de la campaña de H. Clinton –Yo estoy con ella [#ImWithHer]–, una hashtageable declaración de identidad diseñada para hablar más del votante que del candidato (mezcla de sentimiento y opinión hecha para redes sociales, que lo hace a uno sentirse involucrado y político), subraya un importante cambio: si antes los políticos pretendían hablar por nosotros, ahora debemos hablar por nosotros mismos desde la identidad individual (raza-etnia-género) más allá de las clases [e incluso de la realidad política-social]. Hablar por sí mismo y cuidarse por sí mismo en vez de ser lo que es –síntoma de la destrucción de lo común por el juggernaut neoliberal– nos fueron revendidos como importantes actos políticos (Verso blog, 26/11/16).

5) Como subraya Nikhil Pal Singh, el último principal argumento del identitarismo y de los liberales de que este país-gobierno funcionaba era Obama: su ascenso, su presidencia post-racial y la diversificación de élites que encarnaba legitimaban al sistema y alimentaban las apariencias del progreso y el buen estándar de justicia social, incluso a pesar de las evidencias de lo contrario (guerras, deportaciones, estagnación (*), desigualdad). Ha sido un error haber creído en todo esto (“Salvage”, no. 4, 11/16).

6) El individualismo identitario –sigue Dean, que en su Crowds and party (2016) aboga por la recuperación de lo colectivo– descansa en la amplia desconfianza en las instituciones (fruto de la ofensiva ideológica neoliberal que acompañaba al desmantelamiento del Estado de bienestar) y la convicción de que uno puede contar sólo con uno mismo, haciendo que hoy el egoísmo, no la solidaridad, sea la fuente de la dignidad; el identitarismo convierte estos sentimientos en arma y nuestras facetas demográficas en trinchera de donde debemos lanzar continuos ataques para sobrevivir.

7) En el camino también los supremacistas blancos –seguidores de Trump– se apropiaron del lenguaje de la identidad. Si bien intentan presentarse como excluidos (por migrantes, negros, latinos), en realidad confunden la pérdida de privilegios raciales con estar verdaderamente oprimidos. “Éste es el contexto –bien dice Judith Butler– en que hay que entender los alegatos de la extrema derecha” (“Die Zeit”, 28/11/16).

8) Como subraya Arun Kundnani, siempre hubo una brecha entre lo imaginario del multiculturalismo y el feminismo de las élites y la vida real/brutal de la gente de color y las mujeres en los EU (ejemplificada por B. Clinton y sus recortes al sistema de bienestar, acompañados por la expansión del sistema carcelario racializado), y fue justo esta contradicción la que catapultó a Trump (Open Democracy, 19/11/16); no obstante, el golpe a una pasajera tregua racial que los liberales y conservadores declararon en torno al multiculturalismo neoliberal ya vino en 2008 con la irrupción de lo real del capital: el colapso financiero y la crisis de la vivienda, cuyas principales víctimas eran los supuestos beneficiarios del identitarismo (negros y mujeres).

9) Otra prueba de esterilidad del identitarismo fue ofrecida por la misma H. Clinton y ni siquiera cuando la plataforma construida en torno suyo fracasó, sino después de las elecciones, cuando, tras meses de asegurar que era la única salvadora de las minorías y las mujeres ante la amenaza que venía [Trump], legitimó al presidente electo (un racista y un misógino) y se las entregó sin ninguna resistencia (traicionando las políticas antirracistas y feministas).

10) No obstante, Louis Proyect –desde su mirada marxista–, ante los llamados a “enterrar al ‘identitarismo’”, llama a no tirar el bebé con al agua del baño. Citando el ejemplo de los trabajadores negros en la plagada de racismo industria metalúrgica, que sólo gracias a su propia acción afirmativa salieron de la marginalización, subraya que el simple retorno a clase –articulado p.ej. en nombre de B. Sanders por J. Stein– suena atractivo, pero es difícil de implementar dada la inherente tendencia del capitalismo a dividir a los trabajadores usando el racismo y sexismo, por lo que no hay que olvidar las demandas particulares: En términos dialécticos, negar la existencia de contradicciones y oponerse a resolverlas solo llevará a su ahondamiento (“Counterpunch”, 2/12/16).

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG

(*) Estagnación: es un ciclo económico marcado por el crecimiento del Producto Nacional Bruto de menos de un 1% por año. Se traduce por “estancamiento”. El concepto es, en sí mismo, discutible porque, cuando se prolonga durante varios años, lo que hace es dificultar enormemente la reproducción del capital y, con ello, abocar a la economía a una nueva recesión.

16 de diciembre de 2016

ESPERANDO A TRUMP. LA CRISIS SISTÉMICA GLOBAL Y ALGUNOS MANOTAZOS DESESPERADOS

Jorge Beinstein. La Haine

A partir de la victoria de Trump los medios de comunicación hegemónicos han lanzado una avalancha de referencias al “proteccionismo económico” del futuro gobierno imperial y en consecuencia al posible inicio de una era de desglobalización.

En realidad la instalación de Trump no será la causa de esa desglobalización anunciada sino más bien el resultado de un proceso que dio su primer paso con la crisis financiera de 2008 y que se aceleró desde 2014 cuando el Imperio ingresó en un recorrido descendente irresistible.

Desde el punto de vista del comercio internacional la desglobalización viene avanzando desde hace aproximadamente un lustro. Según datos del Banco Mundial en la década de los 1960 las exportaciones representaron en promedio el 12,2 % del Producto Bruto Global, en la década siguiente pasaron al 15,8 %, en los años 1980 llegaron al 18,7 % pero hacia fines de esa década el proceso se aceleró y en 2008 alcanzó su máximo nivel cuando llegó el 30,8 %, la crisis de ese año marcó el techo del fenómeno a partir del cual se produjo un descenso suave que se acentuó desde 2014-2015 (1). La propaganda acerca de que las economías se internacionalizaban cada vez más, condenadas a exportar porciones crecientes de su producción fue desmentida por la realidad desde 2008 y ahora la globalización comercial comienza a revertirse.



Pero las dos décadas de globalización acelerada fueron principalmente un movimiento de financiarización, de hegemonía total del parasitismo financiero sobre el conjunto de la economía mundial, su centro motor se encontraba en los Estados Unidos, extendiendo sus fortalezas hacia el conjunto de Occidente y el socio oriental Japón. Los llamados “productos financieros derivados”, negocios especulativos altamente volátiles, verdadero corazón del sistema, llegaban en el año 1999 a unos 80 billones (millones de millones) de dólares, aproximadamente dos veces y media el Producto Bruto Mundial, luego esa masa se expandió vertiginosamente y en 2008, un poco antes del desastre financiero tocaba los 683 billones de dólares, casi 12 veces el Producto Bruto Mundial de ese año. Allí alcanzó su techo histórico, creció luego muy poco en términos nominales de tal manera que hacia fines de 2013 llegaba a los 710 billones de dólares (9,3 veces el Producto Bruto Global de ese año), fue el comienzo del desinfle ya que en diciembre de 2015 había caído a 490 billones (6,6 veces el Producto Bruto Global de 2015). La oligarquía financiera había entrado en declinación lo que acentuó su canibalismo interno y sus tendencias depredadoras no solo en la periferia sino también en el centro del sistema.



A esos procesos económicos se agregó una profunda crisis geopolítica, el expansionismo políticomilitar del Imperio fue frenado en su principal territorio de operaciones: Asia. Los dos rivales estratégicos de Occidente: China y Rusia, estrecharon su alianza y fueron arrastrando hacia su espacio a grandes, medianos y pequeños estados de la región: desde India, hasta Irán, pasando por las naciones de Asia Central. Los recientes giros de Turquía y Filipinas alejándose de la influencia norteamericana y acercándose al espacio chino-ruso marcan desde el Mar Mediterráneo y desde el Océano Pacífico, en los dos extremos geográficos de Eurasia, el declive de la dominación periférica del imperialismo occidental. El fracaso estadounidense en Siria señala el principio del fin de su omnipotencia militar.

Sin embargo la decadencia de Occidente no implica el seguro ascenso de los capitalismos de estado ruso y chino como nuevos amos del mundo, la crisis está llegando a China, su crecimiento se va desacelerando, Rusia se encuentra en recesión, ambas potencias son afectadas por la declinación de los mercados occidentales y de Japón, sus principales clientes. Tratan entonces de compensar esas pérdidas extendiendo sus negocios y acuerdos políticos hacia la periferia, especialmente hacia el espacio asiático. Tal vez el más ambicioso proyecto chino sea el de la “Nueva Ruta de la Seda”, gigantesca masa de inversiones en infraestructura y sistemas de transporte terrestre y acuático distribuidas en Asia apuntando hacia la integración comercial del espacio eurasiático, llegaría a unos 890 mil millones de dólares según Financial Times (2). Esa cifra podría ser comparada con la del Plan Marshall que a valores actuales representaría cerca de 130 mil millones de dólares, China estaría empujando hacia esa zona inversiones equivalentes a más de seis planes Marshall.

El problema es que todas esas economías que China busca integrar están siendo golpeadas por la crisis, la caída de los precios de las materias primas deprime al conjunto de la periferia, acorralan a Rusia, a Irán, a las repúblicas centroasiáticas... mientras Europa declina.

La crisis es global, obedece a la dinámica del capitalismo como sistema planetario, a su degeneración parasitaria que degrada tanto a los países centrales como a los periféricos, emergentes o no.

America Latina es ahora víctima de esos cambios.
En su repliegue hacia el patio trasero histórico imperial los Estados Unidos vienen allí ejecutando una estrategia flexible y arrolladora de reconquista y saqueo que en unos pocos años ha conseguido desplazar a los gobiernos de Honduras, Paraguay, Brasil y Argentina, acorralar a Venezuela y poner de rodillas a la cúpula de la insurgencia colombiana. Sin embargo esa reconquista se produce en el marco de la crisis económica, social-institucional, cultural y geopolítica de Occidente que lleva hacia el pantano a los regímenes lacayos del continente. Las victorias derechistas en Paraguay, Argentina o Brasil anuncian profundas crisis de gobernabilidad, donde sus “gobiernos”, en realidad bandas de saqueadores, generan con sus acciones grandes destrucciones del tejido económico e inevitablemente el ascenso de protestas sociales masivas y crecientes. Dicho de otra manera, la actual arremetida derechista no es el comienzo de la reconversión colonial de la región, de la instauración de un nuevo orden elitista sino de una etapa de desorden, de rebeliones populares amenazando a las élites dominantes.

Mientras tanto la desglobalización sigue su curso, la élites dominantes del planeta buscan desesperadamente preservar sus posiciones, acentúan sus disputas internas, empiezan a producir salvadores pragmáticos de todo tipo. Así es como ha irrumpido un personaje grotesco como Donald Trump buscando combinar xenofobia, concentración de ingresos, reindustrialización y recomposición del esquema geopolítico global. O los neofascismos europeos emergentes y los ya instalados en América Latina. Se trata de tentativas ilusorias de recomposición de sistemas decadentes profundizando al mismo tiempo el saqueo, dinámica parasitaria ya vista a lo largo de la historia humana acompañando, acelerando las declinaciones imperiales.

NOTAS:
(1) World Bank, “World development Indicators”, 17-11-2016

(2) James Kynge, “How the Silk Road plans will be financed”, Financial Times, Mai 9, 2016.