9 de noviembre de 2016

EEUU, LA MARCA Y EL EQUIPO DE MARKETING GANARON LAS ELECCIONES

Por Marat

Muchas son las lecciones que ha dado al mundo -o al menos para quienes tengan la capacidad de entenderlas- el triunfo de Trump.

La que quiero destacar en primer lugar, aunque no más importante, es que la mercantilización de la política y del parlamentarismo burgués ha traído como consecuencia, y no es una novedad, que cuando la marca es muy potente, hay un equipo de marketing que sabe detectar las “necesidades” del mercado político y pasta gansa para la campaña, se pueden ganar unas elecciones por encima y contra los aparatos de los partidos.

Trump no es el único que ha logrado eso. Antes ya sucedió en “la vieja Europa”, como dicen los estadounidenses. Y eso lo hizo Berlusconi, aunque con la ventaja a su favor, de la que careció Trump, de contar con un imperio mediático. En su caso la innovación de Berlusconi fue total porque creó incluso sus propios partido y aparato contra el resto de partidos y aparatos italianos.

Pero cuando algo sucede en EEUU, aunque esta vez no haya sido la pionera, se convierte rápidamente en tendencia mundial.

La “hazaña” de Trump fue, con el establishment mediático en su contra, vencer a dos aparatos, el de su partido, fulminando a todos los candidatos que se le opusieron, y siendo ninguneado por toda la dirección del Partido Republicano, desde que se postuló hasta el fin de la campaña electoral, y obviamente el del Partido Demócrata.

Trump, un gran capitalista, inició su carrera de plutócrata convirtiéndose a sí mismo en marca personal. Sus empresas llevaban su apellido. Ha tenido siempre claro cuál era la estrategia para triunfar: ser el primer embajador y promotor de sí mismo. En los negocios le ha funcionado, en política también. Obviamente, sabiendo rodearse en ambos espacios, muy próximos entre sí, de gente muy inteligente, que maneja las herramientas de marketing como nadie.

La investigación de mercados y la político-electoral emplea las mismas técnicas para conocer la realidad sobre la que quiere intervenir la marca, el partido o el Estado: la encuesta (metodología cuantitativa) y el grupo de discusión (metodología cualitativa). Y el marketing económico y político se parecen también mucho entre sí.

El equipo de Trump supo conectar con una necesidad real: la situación depauperada de la clase trabajadora norteamericana, no sólo blanca, como han demostrado los votos de importantes sectores de otras etnias, que estaba ajena a la agenda electoral del equipo de Killary. Para quien crea que acabo de cometer una errata, le aclaro que es un apodo de la señora Clinton que ha hecho fortuna por sus celebraciones ante la destrucción de países como Libia o Siria, por citar sólo dos ejemplos, de cuyos desastres era coautora, junto con Obama.

Killary Clinton, y su equipo de estrategas de campaña, siguieron al dedillo las precedentes de Obama, pero con mucha menos credibilidad de la que él tuvo en sus inicios. No voy a entrar en la percepción social dominante sobre ella en EEUU porque de sobra se ha hablado ya. Fijó unas desigualdades que señalar y unos públicos a los que dirigirse: el machismo que sufren las mujeres, la situación de discriminación de los gais y de los inmigrantes y etnias no blancas norteamericanas, entre otros. Y se olvidó, error en el que no cayó Trump, de la clase trabajadora. Él, en cambio, tuvo en cuenta que las clases sociales existen y que la trabajadora de EEUU lleva perdiendo capacidad adquisitiva durante decenios. Tuvo claro que el paro, menor que en Europa, es ya estructural en su país y que la clase trabajadora era muy consciente de haber sido olvidada en los discursos de los políticos del establishment norteamericano. Aclaro, porque sé que hay mucho lector malintencionado y con mala baba, que creo en la igualdad de derechos de tales colectivos y que me parecen repugnantes las expresiones de Trump sobre ellos. Dicho esto, tengo claro que la contradicción capital-trabajo está por encima de la lucha contra la discriminación como palanca potencial para acabar con el capitalismo.

Trump es un capitalista que cree religiosamente en el sistema capitalista, exactamente lo mismo que Obama y que Killary. Pero ha sabido con qué reclamo ganar: dirigirse a la clase trabajadora de EEUU, hablarles de sus miedos ante el presente y de sus incertidumbres ante el futuro, concentrarse en la política nacional y dar mucho menos peso a la internacional, de la que sus votantes estaban descontentos porque consideraban que el intervencionismo militar de su país estaba gastando energías y dinero ingentes, en lugar de combatir la situación interior de un país muy orgulloso en el pasado del “american way of life”, pero que hoy está en decadencia en cuanto a situación económica. Y ha conseguido, con ello, atraerse a la clase trabajadora blanca y a no menos de un tercio de la de otras etnias. Y eso a pesar de muros en la frontera porque es sabido que el inmigrante legal, con frecuencia, para no ser satanizado, tiende a marcar distancias con el sin papeles y el espalda mojada. Los apellidos españoles no son una rareza, ni mucho menos en el Frente Nacional francés. Algún día deberemos hablar de mitos de la izquierda, como el de la solidaridad, porque, aunque imprescindible, cuando no se basa en la clase y en la igualdad de clases sino en oenegerismo de monja progre, acaba por ayudar al discurso reaccionario de los Trump que en el mundo son y a romper la idea de identidad y de conciencia de clase.

La banalización de la política, convertida en un circo mediático, en la que lo que importa es epatar, lograr titulares que hablen de ti, aunque sea mal, ha sido un factor fundamental que Trump ha sabido conjugar muy bien. Habrá que ver hasta qué punto Trump es un incontrolado -si lo es, el complejo militar-industrial y Wall Street le “ayudarán a controlarse”- o todo es una pose para magnetizar a sus bases electorales.

Killary es una progre, que es lo que son los procapitalistas que defienden, solapada o abiertamente, el capitalismo de rostro humano dentro de sus países y destruyen o justifican las destrucciones de pueblos (los partidos progres que llevan bombardeadores de Libia en sus filas y que están a favor de la permanencia de su país en la OTAN, por ejemplo) que son necesarios para desvalijarles de sus riquezas naturales e imponerles su “modelo de democracia”. Por cierto, no recuerdo ninguno de esos países en los que predominen los blancos. Puestos a hablar de racismo, Killary lo practicaba vía bombardeo con una soltura digna de mejor causa. Y con Obama la policía ha matado más negros en su país que durante el mandato de muchos presidentes precedentes.

Y Killary es también una progre porque niega las clases sociales, al dotar de protagonismo en sus programas a colectivos, sectores, ONGs controladas por los think tanks y fundaciones globalistas que han sustituido revolución social por “movimientos sociales”. Como en España y en Europa.

No siento nostalgia alguna de Sanders que, aunque hablase de clase trabajadora, no estaba lejos del lobby sionista, no planteaba la desaparición de la OTAN y, acabó como los progres españoles, optando por la criminal Killary para parar al fascista Trump. La lógica del "mal menor" acaba causando males mayores porque legitima lo hecho y lo por hacer.

Lo que hoy se autodenomina como izquierda española o europea -algún día hablaré del camelo del socialismo del siglo XXI, que no ha hecho nada para ser socialista en sentido marxista, ni para cambiar las relaciones sociales de producción en sus países- no es otra cosa que una inmensa fosa séptica progre, beata, monjil, acobardada, procapitalista, vociferente pero de tasca que, como Killary ha sustituido clase por colectivos sociales, a cuyos dirigentes compra con subvenciones. Como comunista creo que existen clases sociales, que hay que luchar por su abolición, que el parlamentarismo es hoy la gran trampa del capital para que continúe la falacia de la “ilusión democrática”, que el cambio no vendrá por las urnas sino por una revolución y, desde luego, no soy “de izquierda/s”; algo que indicaba la posición en la que sentaron determinados políticos en la Asamblea Nacional Constituyente -¡cómo les gusta esa última palabra!- en 1789.

Y como comunista, señalo a los progres como los principales cómplices, por haber abandonado y traicionado a la clase trabajadora, de que el fascismo campe por Europa y de que reaccionarios como Trump triunfen hablándole a ella, a la que golpearán no de forma muy diferente a como lo hacen los liberales clásicos.

De cómo actuará en política nacional e internacional Donald Trump no hablo porque, además de ser una incógnita en estos momentos, quienes mandan no son los Presidentes sino los poderes económicos.

8 de noviembre de 2016

LA DEBACLE LIBIA

Hedelberto López Blanch.Cubainformación.tv

Cinco años después de los bombardeos iniciados en abril de 2011 por la coalición encabezada por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña y a un lustro del asesinato del líder de la Revolución Libia, coronel Muamar el Gaddafi, “la nueva era” prometida por Occidente no se ha cumplido y por el contrario en esa nación del norte africano solo predomina el caos, la inseguridad y la crisis socioeconómica.

En ese país rico en petróleo, decenas de milicias luchan por controlar el territorio y los recursos naturales; se convirtió en tierra de nadie, y no se observa una solución inmediata ni duradera y según varias agencias humanitarias, “todas las partes han cometido crímenes de guerra y abusos contra los civiles”.

Los años han demostrado que lo planteado en un principio por Occidente fueron ofertas engañosas para quienes no seguían al Gobierno de Muamar el Gaddafi, pues desde aquel 20 de octubre se han registrado innumerables acciones de carácter terrorista, perjudiciales para la economía y la vida de su pueblo.

Aquel tristemente 20 de agosto, el coronel fue capturado con vida, torturado y vejado hasta morir, como mostraron varios vídeos que salieron a la luz pública días después de su ejecución.

Ahora Libia es un país roto, desgajado y desangrado por la guerra que nunca acaba; está considerado como un feudo del denominado Estado Islámico en el norte de África y un lugar favorable para la proliferación de mafias, traficantes de personas, armas y drogas por la fragilidad de sus fronteras y la ausencia de una autoridad que ejerza el control.

La punta de lanza militar y de espionaje estadounidense en el continente, denominado Comando para África (Africom) calcula que en el terreno actúan aproximadamente 6 000 miembros del grupo Estado Islámico, mientras que desde sus puertos se embarcan miles de refugiados procedentes de Oriente Medio y de África subsahariana, que se juegan la vida para intentar alcanzar las costas de Europa

En la actualidad mal funcionan en el país dos parlamentos rivales y tres gobiernos (dos en Trípoli y uno en Tobruk): el último se formó tras unas conversaciones auspiciadas por Naciones Unidas en diciembre de 2015 con la intención de remplazar a los otros dos. Pero éste aún está en proceso de formación debido a que el nuevo gobierno ha sido impuesto por las potencias occidentales.

La producción de petróleo casi se ha paralizado, y las extracciones que se realizan están bajo control de compañías occidentales extranjeras o de facciones armadas; los bancos carecen de liquidez y los hospitales se están quedando sin medicinas.

Datos ofrecidos por Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) revelan que más del 70 % de la población padece hambre, vive con miedo y más de 600 000 personas han sido desplazadas debido a los conflictos.

Libia, contaba en 2011 con casi siete millones de habitantes, y sus grandes recursos naturales como los hidrocarburos, unido a una política socio-económica a favor de los ciudadanos, le permitieron que el desarrollo humano en esa nación fuera relativamente elevado.

Antes de los ataques de la coalición, la economía Libia era una de las más fuertes de África con la esperanza de vida más elevada de todo el continente.

El Producto Interno Bruto (nominal) per cápita constituía el más alto de toda África, y el segundo lugar por el PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo, además del primero en Índice de Desarrollo Humano de la región.

La atención sanitaria y la educación eran gratuita lo cual elevó la calidad de vida y educacional de su población.

Para comprender un poco el porqué de los hechos actuales, recordemos que Gaddafi llegó al poder en 1969 tras derrocar al rey Idris, con un proyecto nacionalista que afectó directamente a Estados Unidos e Inglaterra; rompió lazos con Occidente y sacó las bases militares extranjeras asentadas en el país.

A partir de ese momento fue considerado un “enemigo desagradable” de Occidente, pero cuando en 1992 abrió nuevamente los campos petrolíferos a las transnacionales, pasó a ser un “aliado molesto” para las naciones capitalistas.

En las décadas del 70 y 80 del pasado siglo el desarrollo económico y social se puso a disposición de las grandes masas desfavorecidas. Fueron construidas carreteras, hospitales y escuelas por todo el país.

A partir de 1992 Gaddafi se acerca a Europa y a Estados Unidos, entran numerosas compañías petroleras extranjeras, y en 2006 Washington decide sacarla de la lista de países terroristas, pero de todas formas, su política de altas y bajas no era segura para los intereses occidentales.

La táctica imperial consistía que con el derrocamiento de Gaddafi, Washington, Londres y París, controlarían esa importante nación del norte de África que junto a Egipto (aliado de Occidente desde hacía 40 años) les darían seguridad marítima plena sobre el Canal de Suez y del mar Mediterráneo, ruta fundamental para el traslado del crudo desde el mar Rojo.

Otro importante factor era el enorme potencial de agua potable que posee ese país, recurso cada vez más escasa en el orbe.

En su subsuelo existe un enorme caudal acuífero que se estima en 35 000 kilómetros cúbicos (la capacidad que tiene el río Nilo en 300 años) ubicado en la zona sur de su territorio y que el país árabe comenzó a utilizar a partir de 1984 cuando inició la construcción del llamado Río de la Vida, que lleva el líquido por enormes canales subterráneos hasta las principales ciudades del norte.

Pero lo que acabó de llenar la copa de las fuerzas de poder Occidental fue la proposición de Gaddafi de no realizar transacciones mercantiles en dólares o euros, emplear el dinar de oro en el comercio internacional y crear un único estado africano con espacio económico común.

El planteamiento fue apoyado por varias naciones africanas y árabes pero provocó una álgida respuesta por parte de Estados Unidos y la Unión Europa. El presidente de Francia, Nicolás Sarkozy (había recibido millones de dólares por parte de Libia para su campaña electoral) declaró públicamente: “Libia amenaza la estabilidad financiera de la humanidad”.

Estados Unidos que no estaba dispuesto a ceder el estatus hegemónico que el dólar ha mantenido por décadas, le marcó otro punto negativo a Gaddafi.

Todos estos aspectos, unido a las ansias por controlar las fuentes del oro negro en el mundo y de yacimientos acuíferos, fueron las causas para que las potencias occidentales se lanzaran como aves de rapiña a atacar a este país soberano y tercermundista.

Hoy la debacle se regodea en la nación africana y ni los que provocaron los sangrientos hechos se atreven a augurar cuándo cesarán el caos, el desorden y las penurias para ese pueblo.