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22 de febrero de 2018

LOS PENSIONISTAS SALEN A LA CALLE EN TODA ESPAÑA. A LO MEJOR LOS VIEJOS NO SON DEL PP, NIÑATOS


Por Marat

Hoy jueves, 22 de Febrero de 2018 los pensionistas y los que van a serlo en unos años han salido a la calle a defender las pensiones públicas contra el ataque del capital y su gobierno actual, el del PP. Cualquier gobierno, de todo signo, que acepte las reglas del juego que el capitalismo español o internacional les marque, será un gobierno de la burguesía.

Algunos llevamos meses haciendo rogativas ateas a San José Obrero para que esto sucediese. Lo maravilloso no es que haya sucedido sino que la clase trabajadora, esa a la que los viejos no han renunciado porque vienen de una memoria real, no posmoderna sino del agobio, años de quitarse de todo para ahorrar y pagar un piso porque les dijeron que ahí estaba su refugió económico,; lo maravilloso es que esa generación haya salido a la calle masivamente en toda España y que se haya organizado como clase a través de las estructuras de coordinación de las que se ha dotado (Coordinadora Estatal por la Defensa del Sistema Público de Pensiones) y no haya dependido de las cúpulas sindicales ni de los vividores a costa de los trabajadores.

A lo largo de mi vida he defendido la organización de mi clase, la necesidad de su autodefensa y de la lucha contra el capitalismo, más allá de lo que los trabajadores pudieran captar como necesario en cada momento de sus luchas parciales.

Hoy, fundido con los míos en Madrid, he sentido un orgullo, que no necesito justificar, de pertenecer a una clase sin la cuál no sería posible el mundo hoy, sin la que nada de lo que conocemos existiría: la trabajadora.

Hoy, como en otras ocasiones luchadores distintos por su dignidad y derechos básicos, la ha representado el sector de los pensionistas; esos que desprecian los posmodernos, los progres, los interclasistas, los inclusivos y l@s intramusculares de las contradicciones que quieren dejar como antigua la contradicción trabajo-capital.

Bilbao, Madrid, Barcelona y más de 40 ciudades de toda España han dicho NO a la pérdida de todas las conquistas sociales. En primer lugar la de las pensiones, pero también la del salario digno, el empleo estable y, con todo ello, la sanidad, la educación pública y tantas cosas por las que un día peleamos.

Bilbao, como tantas veces, ha hecho la mejor de sus bilbainadas, que dicen ellos. Ha dado un do de pecho enorme. Más de 20.000 pensionistas han ocupado las calles. Una voz vasca me ha impresionado porque coincide con lo que pienso que debe de ser el momento actual de autoorganización de la clase trabajadora. Ha dicho algo muy básico:“Esta es una manifestación de pensionistas. Bienvenidos sean cualquier militante sindical o de partido de izquierdas pero no sus cúpulas”. Ver a Unai Sordo, secretario de CCOO, en Al Rojo Vivo demostraba la necesidad del sistema capitalista de dar portavocía a sus lacayos.

En Madrid se han saltado los cordones policiales frente al Congreso, sin necesidad de hacer el exaltado patético. Una voluntad enorme de lucha. Los portavoces de la Coordinadora expresaban su convicción en que el combate iría a más.

Tengo solo 10 años menos que el más joven de los pensionistas que han alcanzado por edad ese estado. Sé que ésta es mi batalla porque acabar con la conquista social de las pensiones significa el sueño húmedo del capital de devolvernos al siglo XIX del que Engels escribió en “la situación de la clase obrera en Inglaterra” y el logro del máximo de beneficio a partir de pensiones privadas, mayores acobardamientos laborales y aceptación de lo que nos echen.

En esta hora de la clase trabajadora creo que debemos abrir una reflexión acerca de cómo convencer a todas las generaciones anteriores para las que:
  • La lógica de los acontecimientos les lleva a entender que lo inmediato es lo relevante, sin darse cuenta de que, si no cotizas lo suficiente en este sistema de recortes progresivos que nos han montado, te vas a comer los mocos.
  • La generación que está entre los 40 y los 50 años y que aún aspira a un nivel de consumo que le “ayude” a olvidarse de su vejez. Idiota, ya no te queda tiempo para el maravilloso plan de pensiones privado que te ofrecen frente a las pensiones públicas.
Toca explicar a estos sectores, no tan desclasados como desinformados e inconscientes, de que su etapa laboral es más breve de lo que parece, sobre todo en tiempos de empleos temporales, de que la batalla por las pensiones es la suya.

Y toca dejar claras algunas cuestiones en la lucha en defensa de las pensiones:
  • Si ellas caen, ya solo nos queda la miseria, la vuelta a la misericordia.
  • La clase trabajadora no merece nada por ser clase. Lo que hemos conseguido no es parte de la benevolencia de los derechos humanos ni de lo que diga ninguna estúpida Constitución. Es obra de las batallas por nuestra dignidad.
  • Que no te vengan con estupideces sobre la hucha de nuestras pensiones. Lo que cobramos no viene de ahí sino de las cotizaciones que hacemos todos los trabajadores a lo largo de nuestras vidas laborales.
  • Para tener una pensión suficiente para sobrevivir, no te hablo de que sea digna o justa, necesitas un buen salario y un empleo estable que haga posible que cotices la cantidad necesaria para esa pensión.
  • Te traicionaron los que en 1995 firmaron el Pacto de Toledo. Mira quiénes fueron, los tuyos. Según ese pacto tu pensión no dependería de los Presupuestos Generales del Estado sino de tus cotizaciones y, como te iban a desregular, estaba pensado, acabaron por darte la tontuna de la hucha de las pensiones
¿Qué sabes tú sobre tu futura pensión, sobre tu derecho al paro, sobre tu vida laboral, sobre tu posibilidad de percibir el paro y sobre el acceso a la renta mínima de inserción, sobre las condiciones del contrato que firmas, sobre el sector al que pertenece ese contrato y sobre cómo todo eso te afecta?

Pues como todo eso te afecta, ORGÁNIZATE Súmate a las organizaciones de clase, no partidarias, ni sindicales pero no ciudananistas ni agitamanitas. LA CLASE SE ORGANIZA.

CODA FINAL:
Una cosita, neopijos, posmodermos, animalistas, sexoveganos, multigéneros,
coleópteros, y pedorros de todas clases: los viejos no son esa rémora que vota al PP sino los trabajadores que no han olvidado que deben defender sus derechos. Mientras, vosotros, niñatos, les ofendéis, ellos se agencian como reunirse y montarla. A ver si es que, mientras vais de exiliados porque habéis conseguido ser Erasmus, se os olvida que vuestras carreras no las paga papá sino los que abonamos impuestos.

Esos jubilados a los que despreciais son la generación que intentó acabar con el fascismo para lograr otra cosa. Llegaron hasta donde la correlación de fuerzas se lo permitió. Decía Gramsci, ese filósofo italiano al que los pobres politólogos (no entendéis la política de otro modo que bajo el título académico que suponéis que os faculta sobre el resto para la acción política) nunca habéis conocido, salvo bajo alguna pobre cita de Monedero, que

 Una generación que desprecia a la generación anterior, que no logra ver su grandeza y su significado necesario, no puede más que ser mezquina y carente de confianza en sí misma, aunque adopte poses combativas y exhiba ínfulas de grandeza.

Es la acostumbrada relación entre el gran hombre y el criado.

Hacer el desierto para sobresalir y distinguirse.


Una generación vital y fuerte, que se propone trabajar y afirmarse, tiende por el contrario a sobrevalorar a la generación anterior porque su propia energía le da la seguridad de que llegará aún más lejos; simplemente vegetar es ya una superación de lo que se pinta como muerto.

Se reprocha al pasado el no haber realizado la misión del presente; así como sería más cómodo que los padres hubiesen realizado ya el trabajo de los hijos.

En la devaluación del pasado se halla implícita una justificación de la nulidad del presente: Quien sabe qué habríamos hecho si nuestros padres hubieran hecho esto y aquello…, pero ellos no lo hicieron y por consiguiente nosotros no hemos hecho nada más.

¿El techo de un primer piso es menos techo que el del piso diez o el piso treinta?

Una generación que sólo sabe hacer techos se lamenta de que sus predecesores no hayan construido ya edificios de diez o treinta pisos.

Decís que sois capaces de construir catedrales, pero no sois capaces más que de construir techos.”

(Antonio Gramsci. "Pasado y presente")

No creo, pequeños candidatos a lo peor de la política, el parlamentarismo burgués, que deba explicaros mucho más acerca de la generación que estos días pelea sin necesitaros y a cuyas movilizaciones os sumáis de modo oportunista.

La clase trabajadora, aunque haya sido movilizada desde sectores progresistas que agotarán sus reivindicaciones en la defensa de lo que un día fue logrado, no entiende de derechas ni de izquierdas. Sabe lo que es, su papel en este mundo controlado por el capital. No se engaña. No tiene grandes utopías. Busca una vida digna. Pero va siendo consciente de que cada vez puede esperar menos del capitalismo. No le dará mucha más esperanza el mundo del progrerío y la izquierda. Sabe que, si le tratan bien, solo puede esperar algo más de tiempo. Lo que le queda por saber, que no podrá obtener esperanza en el capitalismo, lo aprenderá por sí sola.

Lo digo porque la progresía a la que representáis, Podemos, IU, PACMA, Mareas, Compromis y un montón de serviles, estáis acostumbrados a insultar a los viejos por lo que suponéis que votan, sin daros cuenta de que actúan y defienden a su clase. Vosotros tenéis cabeza de urna y de trepas y lo único que hacéis es el memo en las plazas y en los cargos en los que pilláis cacho, figuras.

3 de mayo de 2016

SÓLO LA UNIDAD DE CLASE DERROTARÁ A LA REPRESIÓN

Por Marat

En los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y manifestación tanto o más que en el conjunto de los últimos 40 años desde el inicio de la transición política.

Y hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas por expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante manifestaciones artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en la que viven o su disidencia frente a lo que consideran injusto, ha hecho de España un país desmovilizado, acobardado y amenazado con cárcel y multas que sus receptores no puedan pagar.

Una combinación de violencia policial, judicial y legislativa (nuevo Código Penal y Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana) amedrenta la voluntad de resistir ante el atropello al que cotidianamente se ven sometidos los más débiles.

Y sin embargo, y ante esta evidencia, nunca se ha mentido, manipulado, ni ocultado tanto las razones de las que nace ese diluvio represivo.

Para los vendedores de “ilusión democrática”, según la cuál el Estado es un aparato neutro al que manejar a voluntad y en sentidos muy diferentes según el partido que haya ganado unas elecciones, el vendaval antidemocrático proviene de que el Partido Popular es muy autoritario y de que pretende imponer una política de recortes sociales que, en opinión de los sostenedores de tal teoría, la sufren unas víctimas muy genérica: “la gente”, “las clases medias”, “los ciudadanos”, su expresión favorita. Lo cierto es que gobierne quien gobierne, mientras lo haga sin romper la legalidad del sistema político vigente, la clase trabajadora ha de mantener la lucha por sus derechos.

Vivimos inmersos en una crisis capitalista de la que las grandes corporaciones que dominan la economía, el mundo del trabajo y nuestras vidas son incapaces de salir, si no es mediante la transferencia de ingentes cantidades de rentas del trabajo al capital, a través de la privatización de lo público, de la brutal reducción de los salarios y costes laborales en general.

Desde la crisis del 29 del pasado siglo jamás se había efectuado una agresión tan salvaje contra las conquistas históricas de la clase trabajadora y en esa agresión el Estado capitalista no es neutral, como pretenden hacernos creer los minirreformistas vendedores de crecepelo para calvos.

El Estado jamas fue un órgano neutral por encima de las clases sociales ni conciliador de los intereses antagónicos entre unos y otros estratos sociales. Representa de un modo férreo a la clase constituida en dominante mediante su poder económico. Quienes lo gobiernan en representación de dicha clase y el reformismo que aspira a sustituir a los habituales gobernantes de dicho aparato, sin cuestionar y ni siquiera intentar confrontar dicha naturaleza de clase capitalista, admiten que éste sea el brazo necesario para la represión de cualquier intento de la clase trabajadora de ejercer resistencias a su sacrificio en esta crisis.

La combinación de policía (reprimiendo), jueces (condenando), legislativo (nuevo Código Penal, Ley Orgánica de Protección del Derecho a la Seguridad Ciudadana), medios de comunicación (creando estados de opinión criminalizadores de las luchas de la clase trabajadora) y una ideología de superioridad de la idea de segurdad (versión moderna del “orden público” franquista) que se asienta en una “doctrina del derecho penal del enemigo”, pretenden instaurar un cordón sanitario frente a la lucha obrera. El objetivo no es otro que el de disuadir en primer término, mediante una combinación de mecanismos coactivos y coercitivos, y reprimir, cuando es necesario (y lo es de forma habitual para los gobiernos del capital) cualquier disidencia de clase.

Se entiende así que el Estado capitalista haga cierta la expresión del pensador liberal Max Weber que afirmaba que Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.” (“La política como vocación”)

Sin salirnos del pensamiento jurídico-político liberal podríamos reprochar a Max Weber y a tantos liberales de su especie su “confusión” intencionada entre “legalidad” y “legitimidad”, ya que la “fuente del derecho” a la que alude es la del derecho positivo (de normas jurídicas escritas por el órgano del Estado que ejerza la función legislativa) y no la del “derecho natural” (Rousseau), que sería fuente de “legimidad”, en tanto que se asienta en un derecho de tipo moral. Ello hasta el punto de que un acto puede ser legal pero no legítimo y viceversa. En la dualidad legitimidad/ilegitimidad se fundamenta tanto la razón como la sinrazón ontológicas del ejercicio del gobierno.

En cualquier caso, la clave del pensamiento y la acción principal del Estado capitalista es la conservación de la llamada “paz social” en base a la previsión (ideología dominante, coacción, legislación disuasoria,…) y a la reacción cuando siente que los privilegios de la clase a la que representa son amenazados o siquiera contestados más allá de la vacuidad de las palabras.

Si el Estado capitalista se arroga, por un lado, la voluntad y la legalidad, que no la legitimidad del monopolio de la violencia, necesita, por otro, negar que ejerza otras formas de violencia como la explotación laboral, la pobreza a la que condena a amplias capas de la población, el terrorismo empresarial que legaliza o el imperio del “derecho” al pago de la deuda bancaria por encima del que corresponde a una vivienda digna, por citar sólo algunos ejemplos.

En paralelo, la oposición a su dominación de clase, el Estado la considera violencia casi equiparable a la terrorista. Así un corte de vías férreas o de carreteras en una protesta sindical, la ocupación de locales de la patronal por trabajadores, un piquete informativo que, si no es en parte coactivo, no es piquete sino grupo informe de pusilánimes, la cobertura fotográfica de la violencia policial en una manifestación o una frase un poco más subida de tono de lo normal en redes sociales es violencia “ilegal” para quien detenta más que ostenta el pretendido Estado de derecho de una dictadura de clase.

Desde Alfon, encarcelado en régimen FIES, con periódicos castigos, hasta Andrés Bódalo, dirigente del SAT también encarcelado, pasando por Raúl Capín al que le ha caído una multa absolutamente brutal en su condición de persona con limitados recursos o Esther Quintana, que perdió un ojo por una pelota de goma de los mossos d´esquadra en la huelga general del 14 de noviembre 2012, toda la artillería legal, legislativa y policial del Estado, además de la de su Brunete mediática va destinada a destruir la capacidad y voluntad de rebeldía de la clase trabajadora.

Los sindicatos del régimen, CCOO y UGT, dan la cifra de 300 sindicalistas encausados para los que se llega a pedir hasta 125 años de cárcel. Previsiblemente son muchos más, dado que estos sindicatos no destacan por su solidaridad con el sindicalismo alternativo ni con los militantes comunistas, anarquistas y revolucionarios condenados o amenazados por peticiones de cárcel y otras sanciones por luchar en defensa de la clase trabajadora.

La situación del SAT refleja unos 700.000 euros en multas, unas 637 personas imputadas y unas peticiones de condenas de prisión que suman 437 años de cárcel.

Sobre los 8 de Airbús, finalmente no condenados por su participación en la huelga general de 2010, pendían penas de cárcel por alrededor de 70 años, penas que CCOO y UGT, sindicatos a los que estaban afiliados los encausados, pretendían negociar con el gobierno del PP bajo la mesa, llegando a acariciar incluso la idea de un indulto, lo que hubiera significado un reconocimiento de culpa por parte de los afectados, cosa que estos tuvieron la dignidad de no admitir.

Por fortuna, la presión desde las bases de estos sindicatos sobre sus cúpulas y la solidaridad internacional impidieron tal ignominia y lograron su sobreseimiento.

En este contexto de represión, no selectiva sino masiva que amenaza al movimiento obrero, sus organizaciones sindicales, políticas y sociales, se hace cada día más evidente la desproporción de fuerzas entre el Estado capitalista y la clase trabajadora. Los dos años largos de desmovilización social y el escuálido 1º de Mayo último dan prueba de ello.

En el aspecto concreto que nos ocupa en este texto, es llamativa también la diferencia entre los encausados por ejercer una faceta explícita de la lucha de clases y los finalmente absueltos de las acusaciones de delito que recaían/recaen sobre ellos

Más allá de la capacidad de presión resultante de las distintas solidaridades que afectan a cada uno de los amenazados con multas, prisión o denuncia por los daños físicos y morales ejercidos por los aparatos represores del Estado capitalista, lo cierto es que al producirse el apoyo a las víctimas de los atropellos del poder de clase de forma fragmentada, dividida en ocasiones en plataformas ajenas unas a otras y en campañas muy individualizadas, la posibilidad de derrota en la defensa de las libertades colectivas e individuales de quienes se rebelan contra el atropello del capital y sus instituciones está garantizada. Sólo la unidad de nuestra clase, la trabajadora, puede nivelar, la fuerza que se ejerce desde el otro lado y posibilitar el éxito.

Es cierto que cada procesado, cada represaliado, cada violentado policialmente en una manifestación, cada trabajador@ pres@ por luchar en defensa de sus derechos necesita el calor solidario, que su caso no sea olvidado dentro de una causa más general. Pero la respuesta a esa cuestión debiera ser una dinámica de defensa de toda la clase castigada, porque nos someten a todos en cada uno de los que son sancionados, golpeados, enmudecidos y penados y que, a su vez, haga de cada caso una denuncia, un ejemplo de dignidad, un abrazo de todos los que luchan junto a él.

Por otro lado, el sectarismo de quienes menosprecian o ignoran a otros combatientes de nuestra clase porque considerar que sus posiciones son “demasiado radicales”, la parcialidad de quienes se ocupan sólo de sus militantes obreros, ha producido un daño enorme en esa necesidad de unidad y coincidencia de objetivos en lo que se refiere al derecho a la disidencia de clase. Es un enorme error que están pagando no sólo cada uno de los represaliados sino l@s trabajador@s en su conjunto, que ven en cada reprimido un motivo disuasorio para su protesta. Sobre nuestra división en la defensa de nuestros derechos a la palabra y la batalla cabalgan las leyes represoras, los policías excitados en su violencia, los jueces y fiscales feroces en sus condenas, los medios de desinformación del capital, la indiferencia de much@s trabajador@s ante el dolor que experimentan los de su mismo estado de explotación y de opresión, aún cuando no sean conscientes de sus cadenas.

Por otro lado, habrá quienes quieran difuminar el carácter de clase del Estado burgués y su vejación contra la clase que le es antagónica bajo la idea genérica de una denuncia del recorte de las libertades y de opresión, como si en los últimos años de la crisis capitalista la represión no hubiera aumentado exponencialmente y como si el carácter del Estado policía se debiera sólo o principalmente a su condición de moderno “Leviatán” burocrático.

Esta tesis, que hunde sus raíces en la vieja desconfianza liberal hacia el Estado (teoría del Estado mínimo), y que hoy ha sido recogida por el minarquismo (libertarianos), precisamente porque comprende muy bien la naturaleza de clase del Estado y prefiere que no interfiera en sus negocios (sociedad civil), ha mutado en ambientes libertarios no sindicalistas, en sectores del nuevo reformismo indignado y, por supuesto, desde hace muchos años en el viejo reformismo de matriz socialdemócrata, hoy social-liberal.

Al desconectar estos enfoques políticos de la naturaleza de clase del Estado se cae en un concepto meramente ciudadanista de defensa de las libertades, lo que no es otra cosa que una visión “idealista” de las mismas, olvidando su carácter instrumental (para difundir ideas, expresar la disidencia, luchar por derechos concretos, defenderse de la explotación y la opresión,...).

La realidad es que en las etapas de crisis capitalista es cuando su Estado refuerza especialmente cárceles, leyes represoras, aparatos policiales,...independientemente de que pueda mantenerlos activos en etapas de expansión económica. Pero lo decisivo en estas últimas no es tanto lo opresivo como el fomento del consentimiento y del consenso (a través de los aparatos ideológicos) y el contrato social (mediante políticas, en el pasado, de cierta redistribución social que impulsaban al mercado).

Por tanto, sea de modo intencionado (casi siempre, y desde un discurso de clase media, negador de los antagonismos de clase, que no necesariamente ha producido dicha clase pero que sí ha comprado a los think-tanks de la oligarquía mundial), sea de un modo irreflexivo, mantener la tesis de una defensa de las libertades ajena a la cuestión de clase y a las prácticas de las políticas antiobreras es lisa y llanamente complicidad con él capital.

No se trata de negar que los recortes a las libertades y la represión se estén expandiendo a ámbitos no directamente ligados a la lucha de clases pero escamotear que la clave se encuentra aquí y en la naturaleza clasista del Estado es sencillamente mentir. Las reivindicaciones puramente democráticas tienen su razón de ser pero si se emplean como arma luz de gas pequeñoburguesa para tapar la cualidad clasista de la violencia del Estado estamos ante realidades que no deben solaparse.

De ahí que, centrada la cuestión, en la condición de clase del Estado, en su papel de policía, juez, consejo de administración de la burguesía y propagandista de sus valores, sea necesario vincular el incremento brutal de la represión con la agudización de la lucha de clases y con las políticas contra la clase trabajadora de aquél.

Diluir estas cuestiones en plataformas contra la Ley Mordaza en genérico, es sencillamente claudicar desde un oportunismo zafio, echarse en brazos del reformismo procapitalista más abyecto, derrotarse el movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, políticas y de todo tipo a sí mismos y caer en una especie de pseudoradicalismo estéril de origen burgués de corto éxito y recorrido. Su fracaso se deberá no sólo a la menor capacidad organizativa de este tipo de entes sino sobre todo a que, al ocultar las razones reales -la desigualdad que genera el capitalismo y sus leyes- de la protesta que es aherrojada, se autoexcluye de la solidaridad y compromiso necesarios a todos los que sufren en sus propias carnes dicha desigualdad y que no se sentirían representados por proclamas “prodemocráticas” más o menos justas pero que no conectan con las necesidades más tangibles que afectan a sus vidas.

En resumen, es necesario reorientar la lucha antirrepresiva en varios sentidos:
  • Hacia una posición de clase, que proclame que la represión expresa un nivel concreto de la lucha de clases y que el Estado en sus dimensiones policial, legislativa y jurídica responde a los intereses de la clase dominante.
  • Hacia una superación de la división en la lucha de las organizaciones del movimiento obrero por la defensa de todos y cada uno de sus militantes sindicales y políticos a las puertas de ser procesados o ya condenados. La consigna de marchar separados es justificable en términos de estrategia y de niveles de enfrentamiento/acuerdo con el capital pero jamás en la defensa de cada uno y todos los militantes obreros perseguidos y encausados.
  • Hacia la consideración de “represaliados y presos políticos” de los militantes obreros que sufren las consecuencias de la violencia del Estado capitalista porque éste es un órgano político que ejerce su monopolio de la misma a partir de criterios puramente políticos.
Ello no supone en absoluto negar la utilidad y la necesidad de las plataformas concretas de apoyo a militantes obreros específicos pero sí superar la cultura de la división y el sectarismo, especialmente por parte de quienes, desde una pretendida posición de “mayoritarios”, desprecian la lucha de otras organizaciones, trabajar en red, compartir objetivos comunes, realizar campañas globales en defensa de todos los que sufren la represión por defender a la clase trabajadora y, muy importante, dedicar personas y militantes concretos a la creación de ese clima de cooperación y al logro de dichos objetivos. Eso o acabar como los dos conejos de la fábula de Tomás de Iriarte, que discutían si los que les perseguían eran galgos o podencos.

En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.”