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4 de noviembre de 2016

CÓMO COMPRAR UN PISO DE PROTECCIÓN OFICIAL Y SACARLE PROVECHO

Por Marat

Que un perdonavidas de la lucha contra la especulación inmobiliaria fuera hijo, financieramente protegido, de un ex Presidente de la Asamblea de Madrid (parlamento autónomo), a la vez ex consejero de Caja Madrid por el PSOE y profesional de la abogacía (vamos sumando salarios y pensiones), no tendría porqué ser especialmente importante. En el mundo podemita, desde los Errejón, con su papá alto cargo de todas las administraciones desde el inicio de la transición, hasta los Pablo Bustunduy, hijo de la ex ministra del PSOE Ángeles Amador, pasando por el colocado en el Ayuntamiento de Madrid padre de Rita Maestre, o por Jorge Lago, un tipo con casi un millón de euros en sus cuentas, todo es una viejísima vuelta de tuerca en la que los servidores del Estado burgués se repiten unos tras otros.

Que alguien como Ramón Espinar Merino se compré con 21 años, aún estudiando una carrera, un piso de protección oficial, le deje su padre (el corrupto de las tarjetas black), madre y abuela, según él dice, 60.000 euros para adquirirlo, no tenga trabajo y un banco le conceda, sin tener ingresos propios, un crédito hipotecario, es lo normal en el caso de cualquier joven de cualquier clase social, perdón, de cualquier joven de “la gente”.

Si ese joven ha realizado dicha compra, y si ha obtenido la ventaja de hacerlo a través de los contactos preferenciales de su padre con la banca y con la cooperativa de un sindicato del sistema (CCOO), es claro que la descomposición moral de un capitalismo en crisis afecta de un modo directo a los componentes de esas clases medias que temen por su futuro y a las organizaciones del sistema.

La reflexión que cabe hacer de ese caso es la siguiente: que un joven de la burguesía con 21 años encuentre el modo de aprovecharse de la compra de una vivienda de protección oficial, un tipo de oferta destinada supuestamente a colectivos sociales con bajos ingresos en un municipio en el que no vive ni está empadronado, y que rápidamente venda, con beneficio económico personal, esa vivienda, que sabía de antemano que no iba a amortizar, significa que
  • Carece de la honradez suficiente para no aprovecharse de una oferta que no iba destinada a su clase, puesto que él vivía de los ingresos de una familia de clase media-alta en la que entraban muchos sueldos. No era, al contrario de lo que afirma Pablo Iglesias, un precario.
  • Al afirmar tal cosa, Podemos demuestra la bajeza de quienes insultan a todos los que sabemos lo que es vivir en una situación precaria, cosa que ni sus dirigentes ni sus familias han vivido nunca. Preferiría no tener que tirar de datos.
  • Que el referido Ramón Espinar carece de escrúpulos morales, pues no le basta con aprovecharse de una oferta destinada a gente que lo necesitaba más que él, ni de las ventajas de unos contactos que años más tarde denominará como propios de la casta, sino que además pretende hacer pasar como comportamiento normal y carente de censura la obtención de plusvalía por la venta de una vivienda de protección oficial. Obtener beneficio con ello, lo niegue él o lo defienda una arribista indecente como Beatriz Talegón es obsceno.


El discurso que "justifica" la obtención de un beneficio, dando igual que la venta sea de un bien de origen público que de uno de origen privado, indica la profundidad con la que ha calado la mercantilización de todo, también de la propia conciencia y la moral, en la mente de los "progres" y, en algunos casos, incluso de quienes se las dan de revolucionarios.  

Ninguna ley obliga a vender un piso de protección oficial al precio de rango más alto que permite su revalorización. Haberlo vendido por el precio en que se compró, con todos los conceptos que integraban la totalidad de dicho precio, para no perder dinero, hubiera demostrado que no existía interés de lucro alguno y dado credibilidad a lo que a todas luces ha demostrado luego ser falso: que se compró con intención de vivir en él.

Al leer a los miserables que pretenden echar la basura fuera de su casa bajo el argumento de qué medio lo haya difundido y sus intenciones que, por supuesto, son las que son, uno no puede menos que recordar aquellas miserias con las que nos bombardeaban los afiliados y votantes del PSOE cuando Alfonso Guerra encontró un puestecillo para su hermano Juan Guerra: “yo conozco a muchos que harían lo mismo”, ¿Tú no lo harías?” Los canallas siempre han encontrado sus razones. No me sorprende sabiendo la catadura moral de la gente del PSOE, que hoy es en gran medida la de Podemos. No son muy diferentes de los valores de la base social del PP. 

Es patética, por lo que trata de esquivar, la "argumentación" de los palmeros podemitas de que, cuando vendió su piso, (2010) Ramón Espinar no era militante de Podemos -este partido se crea en 2014-, como si el hecho de no ser miembro de un partido por entonces no existente fuera un motivo para hacer cortina de humo del pasado ético de un individuo ¿Qué pasa, que las referencias morales de alguien importan un pimiento al partido al que se incorpora y a sus cheerleaders? No estoy hablando de ningún "examen de ingreso" sino de que la evidencia retrospectiva de especulación con bien público debiera operar, como mínimo, como un motivo para excluir a alguien de la condición de portavoz de su partido en el Senado y de candidato a la secretaría general de Podemos Madrid. No puede ser adalid de los comportamientos éticos en política quien, como políticos de otros partidos, se lucra con lo público. El "contraargumento" de que su caso es incomparable con escándalos como el de la trama Gürtel sólo indica que, para el degenerado mundo podemita, lo reprobable no es el acto en sí sino la cifra.   

En una sociedad en la que todo vale, ¿qué lección podrán dar los que son parte de ese saco de basura cuando critican al mafioso PP?

Hay una lógica en el lumpen de los arribistas que carecen de principios que es la de “ahora nos toca a nosotros”. Y desde ahí lo justifican todo.

Hace muchos meses escribí esto sobre el mundo podemita:

Bajo el pretexto del empoderamiento de la “gente”, ese destilado amorfo sin categoría ni clase social concreta, que huye de toda adscripción porque, como pseudoclase media se avergüenza tanto de lo que cree ser y no es como de lo que en realidad es, se conjuró la más variada concurrencia de pillos que pudieran juntarse para el común objetivo de medrar en medio de una grave crisis moral de identidad. Todos ellos estaban dirigidos por un bufón y en cada sección o fracción de rufianes dominaba un granuja que los organizaba en grupo. Seres mediocres colocados en el lugar adecuado, cantamañanas, según ellos “preparaos”, pero para dar el golpe de su vida, aventureros de la pequeña burguesía, escritorzuelos de seleccionados medios de la pseudoradicalidad, “espabilaos” de partidos en horas bajas, pensadores de la nada ante su última oportunidad, perroflautas reconvertidos en asesores, viejas glorias recuperadas como pantallas “bonachonas” que tapasen las miserias de los marrulleros y mediocres que se escondían tras ellas, porteadores de carteras de catedráticos que vieron compensados sus esfuerzos, pijas que jamás osaron meterse en líos hasta que coincidieron en los pasillos con ellos y vieron cómo sacarles réditos oportunistas, funcionarios desclasados en busca de un ascenso que de otro modo no llegaría. Éste era y es el mundo podemita. Con todos ellos formó Pablo Iglesias su "sociedad de intereses mutuos" con ambiciones de colocarse o ya colocados en las instituciones del Estado burgués, intentando emular, en muchos casos, como nueva generación, los logros alcanzados por sus papás y el objetivo de vivir a costa de los ilusos sectores populares que les habían llevado hasta allí.” (Jean Paul Marat: “La crisis de Podemos lo domesticará definitivamente”).

Que Pablo Iglesias, ese personaje cuya identidad política es para muchos un enigma, aunque para algunos de nosotros no lo sea más que la evolución de Mussolini, de George Sorel y de otros, pretendiese revestir un comportamiento, legal pero a todas luces indecente de su lugarteniente, bajo la mendacidad de un ataque contra su secta metapolítica, o que afirmase que la situación de Ramón Espinar ante la compra del citado piso era la de muchos jóvenes que vivían la precariedad, expresa cómo la descomposición de un sistema económico y de la supervivencia de las clases medias ha dado lugar a la peor degeneración de la psicología de éstas.

Al leer los artículos esculpatorios, escuchar los argumentos justificativos de tal comportamiento y los intentos de salvar lo insalvable desde la legalidad por encima de la decencia, solo puedo sentir ante este tipo de gente un asco y un desprecio infinitos.