18 de mayo de 2016

EN PRIMERA LÍNEA DEL FRENTE ANTIFASCISTA

Fotografía Greg Butterfield
Greg Butterfiled. Slavyangrad.es

Mirando a través de la mirilla de un arma antitanque experimenté un momento de profunda comprensión de lo que está en juego en la lucha antifascista en Ucrania. Ocurrió cuando visitaba la base de Prizrak, la milicia antifascista Brigada Prizrak, en las afueras de Kirovsk, en la parte noroeste de la República Popular de Lugansk independiente.

Allí estaba rodeado de soldados voluntarios, no solo de Donbass y de Rusia, sino de India, España, Italia, Noruega y varios países más, tanto hombres como mujeres. Jóvenes comunistas y antifascistas, internacionalistas viviendo en las condiciones más duras que se puedan imaginar, con sus dormitorios cavados en la tierra, a merced de lluvias torrenciales o granizo, rodeados de metralla, restos de bombas y vehículos quemados en batallas pasadas.

Varios días antes, las fuerzas ucranianas habían atacado una parada de autobús cercana tratando de avanzar. El ataque fue repelido. Ahora, los soldados de Prizrak cavaban trincheras para prevenir otro ataque de fuerzas enemigas mejor equipadas.

A través de la mirilla tuve una mejor visión de la base ucraniana justo al otro lado de la tierra de nadie, visible al ojo humano desde nuestra posición. Además de tiendas de campaña y vehículos y personas en movimiento, pude ver dos banderas. Una era la bandera ucraniana. La otra, la bandera roja y negra del fascista Praviy Sektor.

Era 8 de mayo.

El segundo momento que me abrió los ojos llegó al día siguiente, el 9 de mayo. Celebrada como el Día de la Victoria en toda la antigua Unión Soviética, marca la derrota final de la Alemania nazi ante el Ejército Rojo y las fuerzas partisanas en 1945, a costa de 27 millones de vidas soviéticas.

En Lugansk, capital de la República, participé en el desfile del Día de la Victoria junto a los comunistas y el Komsomol de Lugansk. Al salir de las oficinas del Partido Comunista en el centro de la ciudad, vi a decenas de miles de personas que se dirigían, por la calle principal, al lugar de reunión: jóvenes, mayores, veteranos, trabajadores, padres con niños, adolescentes. Prácticamente todos portaban imágenes de sus antepasados que habían luchado o muerto en la Gran Guerra Patria, como se denomina la lucha antifascista soviética de la Segunda Guerra Mundial. Muchos portaban también la Bandera de la Victoria, la bandera con la hoz y el martillo de la división del Ejército Rojo que entró en Berlín e izó la bandera roja en el Reichstag.

Cuando me integraba entre la multitud, pensé lo difícil que sería explicar esta experiencia en mi país. He participado en numerosas manifestaciones, incluyendo algunas de gran tamaño, probablemente de mayor tamaño que esta, pero ese sentimiento de unidad y determinación fue algo que no había sentido antes.

Recordé que este no era solo un día importante de la Historia, la tragedia y el triunfo compartido contra todo pronóstico hace siete décadas. Recordé que hace solo dos años, los fascistas volvían a estar a las puertas de la ciudad otra vez: las bombas destruían edificios de apartamentos, colegios y hospitales. Una mujer fue hecha pedazos en plena calle, frente al edificio del Gobierno ocupado por los antifascistas. Los tanques circulaban por las calles y los tiroteos se escuchaban en las calles.

Camino a Lugansk, habíamos parado ante un memorial junto a la carretera: un tanque destrozado a apenas dos kilómetros de la ciudad. En la primavera de 2014, el personal del tanque se ofreció voluntario para mantener la línea frente a las tropas ucranianas en su avance, dando así tiempo a la resistencia antifascista para preparar la defensa de la ciudad. Los cuatro murieron, quemados vivos en el tanque.

En los pocos minutos que nosotros, los visitantes extranjeros, paramos para fotografiar el memorial, al menos media docena de vehículos de población local pararon también. Las familias llevaban flores y lazos que depositaban frente al tanque, ofrendas de agradecimiento y recuerdo que se acumulaban ante las docenas anteriores.

Pasé el Día de la Victoria junto a Lisa Chalenko, de dos años. Solo era un bebé cuando Lugansk se encontraba sitiada. Sus padres recuerdan ese tiempo demasiado bien. Miles de padres y madres, niños, adolescentes o abuelos de Lugansk lo recuerdan también. Para ellos, y para muchos en las Repúblicas de Donbass, en Odessa, en Ucrania, la lucha contra el fascismo no es historia. Es su vida actual.

9 de Mayo. Fotografía: Greg Butterfield


Y mientras aquí, en el corazón del imperialismo, en las tripas de Wall Street, es difícil encontrar a alguien que haya oído hablar de la guerra en Donbass y muchos autoproclamados izquierdistas o progresistas prefieren ignorar, o incluso condenar, la resistencia de Donetsk y Lugansk, allí todos comprenden que la junta ucraniana, las bandas fascistas y las constantes infracciones del alto el fuego no podrían continuar un solo día más sin el apoyo de Estados Unidos.

Ya es hora de que el movimiento contra la guerra se ponga serio y comience a apoyar esta lucha y que haga ver a la clase trabajadora y a los movimientos juveniles y progresistas esta realidad.

Porque esta guerra, esta lucha, está aquí para quedarse.

Ruinas de la guerra

Todas y cada una de las personas con las que hablé en mis ocho días de visita a Donbass estuvieron de acuerdo en ello, ya fueran soldados, activistas políticos, estudiantes, padres, periodistas o taxistas.

Visité la ciudad de Donetsk, capital de la República Popular de Donetsk, unos días antes de llegar a Lugansk para el Foro Internacional Antifascista en Krasnodon el 7 de mayo. En mi estanca allí, tuve la oportunidad de ver en primera persona lo que significa el apoyo estadounidense a la junta de Kiev.

Donetsk es una bonita ciudad soviética, llena de cultura y amplios bulevares, parques y universidades construidas para que la clase obrera, en esta región formada principalmente por mineros y trabajadores del metal, pudiera disfrutar de ellas. Antes de la guerra, esta era la región más obrera de Ucrania, con una población que, pese a dos décadas y media de ruina capitalista, aún mantenía aspiraciones socialistas.

Los líderes de la República Popular de Donetsk han trabajado duro para reconstruir y establecer cierta normalidad para la población de la ciudad al margen de la guerra y del bloqueo económico. Pero a un trayecto de pocos minutos en coche, ya se está otra vez en la primera línea del frente de la guerra.

Junto a Janus Putkonen, director de la Agencia Internacional de Noticias de Donetsk, llegué a las afueras de Donetsk. Me mostró la autopista y las vías del tren que antes conectaban Donetsk y Lugansk, ahora cortadas por las fuerzas de ocupación ucranianas. El sonido de las armas se oía de cerca.

Condujimos hasta Oktyabrsky, un barrio de las afueras de Donetsk. Mercados, apartamentos, un teatro, todo quemado o demolido. Filas y filas de pequeñas casas y comercios destruidos por los bombardeos ucranianos: tejados colapsados, partes enteras de los edificios arrancados, un cementerio bombardeado.

Y a lo lejos, los destruidos restos del aeropuerto de Donetsk.

Quienes siguen viviendo aquí, principalmente en grandes bloques de pisos, han tapado con madera las ventanas rotas en lugar de sustituirlas, porque todos comprenden que la destrucción volverá.

El sonido de los bombardeos continúa por la noche. Las cosas estaban relativamente tranquilas durante mi visita, la primera semana de mayo, por un informal alto el fuego durante la semana de Pascua. Pero los bombardeos de Donetsk y otras ciudades se han reanudado e intensificado esta última semana.

La guerra no ha acabado ni hay un final a la vista. ¿Por qué? Desde luego, los residentes de Donetsk y Lugansk están hartos de la guerra y del bloqueo. Pero no están dispuestos a rendirse ante Kiev. Saben que si lo hicieran el resultado sería un genocidio, el programa de los batallones fascistas que soportan a la junta neoliberal y de los neo-nazis del Gobierno como el presidente del parlamento Andriy Parubiy.

Las tropas ucranianas cuentan con más armas, más soldados, más vehículos. Pero los soldados reclutados para sus filas están desmoralizados. Solo los batallones neo-nazis, que reciben entrenamiento militar de Estados Unidos, están motivados para luchar.

Los ejércitos populares de Donetsk y de Lugansk, formados principalmente de residentes locales, están motivados para defender su tierra y a sus familias. Pese a que muchos soldados ya han sido desmovilizados, decenas de miles pueden volver a tomar las armas en cuestión de 72 horas si fuera necesario.

La única posibilidad de Ucrania de ganar la guerra, dice Putkonen, es con bombardeos de la OTAN como ya hiciera contra Yugoslavia. Pero esto supondría bombardeos aéreos en la misma frontera de la Federación Rusa.

Ninguna de las partes puede rendirse, insiste Putkonen. Si el Gobierno ruso retirara su promesa de ayudar a las repúblicas de Donbass, saben que serían los siguientes en la lista de Washington. Si Estados Unidos y la OTAN dan marcha atrás, sería el inicio de un efecto dominó de resistencia en la región.

Solo hay una solución aceptable y en ella jugamos una parte importante. Es el derrocamiento del régimen neoliberal, de inspiración neo-nazi y oligárquico de Kiev apoyando la creación de un potente movimiento contra la guerra en Estados Unidos para impedir que el Pentágono y la OTAN intervengan.

Los niños de Lugansk, los ancianos que viven en sótanos cerca de la línea del frente y los trabajadores de las repúblicas de Donbass ya están haciendo su parte. Y esperan que nosotros hagamos la nuestra.