6 de abril de 2016

LA RAZÓN DE SER DEL RÉGIMEN UCRANIANO: GUERRA, MUERTE Y DESTRUCCIÓN

Vadim Somadurov/Svobodnaya Pressa.Slavyangrad

Traducción de Nahia Sanzo

Pese al gran fervor militarista, en la sociedad ucraniana no han desaparecido tampoco las tendencias pacifistas. Según los datos de una encuesta sociológica realizada por el Centro Razumkov a finales de marzo, el apoyo a la separación de Donbass del resto de Ucrania ha aumentado del 17,9% al 21,5% en el último año. Hay motivos para creer que los deseos de la élite ucraniana de que ATO continúe hasta el final son imposibles debido al estado real de las fuerzas armadas del país.

Pese a los vehículos cedidos por la OTAN que ha registrado la OSCE, el Ejército Ucraniano no ha conseguido restablecer completamente la capacidad de combate tras la derrota de Debaltsevo. Los napoleónicos planes de producir 125 tanques “Oplot” al año en la planta de Malysheva de Járkov se quedaron en los planes y desde entonces la compañía ya ha reemplazado a tres directores. Pese a que el presidente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, Oleksandr Turchinov, prometió recientemente nuevas armas para las fuerzas del orden de Ucrania y el primer ministro Yatseniuk habló del aumento de hasta 300 millones de dólares del presupuesto para la Guardia Nacional, los oficiales tendrán que esperar para el prometido rearme de las fuerzas armadas ucranianas.

Es difícil hablar de un rearme del ejército a gran escala en un momento en que, según datos conservadores aportados por el presidente Petro Poroshenko, a finales de 2015 Ucrania había destruido el 10% de su capacidad industrial y, según datos oficiales, la producción había caído un 16,4%, con gran parte de la industria militar en permanente guerra por la propiedad. La consecuencia es que en estos momentos Ucrania no cuenta con recursos suficientes para dar un golpe definitivo que destruya las Repúblicas Populares. Además, en caso de reintegración forzosa de Donbass en el espacio ucraniano, Kiev se encontraría con tres o cuatro millones de residentes absolutamente desleales al sistema político postmedieval actual.

Incluso ahora, a pesar de las periódicas redadas del SBU, en la parte del sudeste del país controlado por Ucrania el Bloque Opositor [que sustituyó al antiguo Partido de las Regiones de Yanukovich tras el golpe de Estado de 2014-Ed] sigue consiguiendo con obstinada persistencia victorias electorales y se mantiene un fuerte sentimiento antiucraniano. Y la población de la RPD y la RPL, para los que las nuevas autoridades ucranianas traen a la memoria el desagradable recuerdo de los bombardeos de barrios residenciales y víctimas civiles, puede ser para Kiev como una bomba colocada bajo el ya de por sí frágil sistema político ucraniano.

A pesar de todos estos evidentes puntos, políticos ucranianos, líderes de partidos y funcionarios del Estado rivalizan con militaristas exigencias de que “ATO continúe hasta el final” y las tropas ucranianas infringen con envidiable regularidad la tregua exigida por los acuerdos de Minsk. Roman Bezsmertny, representante oficial de Ucrania en Minsk, habló recientemente de la “presunción de culpabilidad” de las milicias. El propio Poroshenko exigió a Moscú “salir de Donbass” y los comentaristas progubernamentales llaman a las autoridades a actuar de forma más valiente y más agresiva.

Ni la crisis política, ni el conflicto entre las diferentes facciones del Gobierno, las recurrentes huelgas y protestas o el precario estado de la economía han enfriado el fervor de los defensores de la Ucrania unida. Pero parece haber llegado el momento de dejar de mirar a Donbass y solucionar los muchos problemas que aún existen en el territorio que Ucrania sí controla. Pese al aumento del sentimiento pacifista, según una encuesta realizada en febrero por el Instituto Gorshenin, una parte significativa de la sociedad ucraniana (34,1%) sigue apoyando la idea de que las tropas ucranianas ataquen las Repúblicas Populares. Pese a las derrotas militares en Ilovaisk y Debaltsevo y los numerosos problemas internos en el país, la retórica militarista sigue encontrando fieles oyentes.

No se trata de dañar el orgullo nacional de los ucranianos. Maidan, que fue principalmente la consecuencia de la negativa del entonces presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, de firmar el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (un documento similar al firmado, por ejemplo, por Túnez, lo que no supuso que el país se convirtiera en miembro de la UE), acarreó una serie de consecuencias negativas.

Tras la masacre de Odessa y los bombardeos de Donetsk y de Lugansk, la percepción general que en Rusia se tiene de Ucrania está firmemente asociada a la guerra y a la muerte. Si la agresión de Kiev se evitó en Crimea por la presencia de tropas regulares rusas, la guerra en Donbass se ha convertido en el paradigma de la política ucraniana. La existencia de las Repúblicas permite, en primer lugar, que los tozudos miembros de los batallones territoriales aprendan regularmente su lección. En segundo lugar, permite recibir pequeñas cantidades de dinero de la OTAN y, finalmente, la ley marcial que de facto existe en las regiones adyacentes a la línea de contacto abre numerosas oportunidades para diferentes tramas de corrupción.

Sigue sin saberse en qué gastó Poroshenko los millones presupuestados en otoño para la restauración de Donbass. Los soldados ordinarios del Ejército Ucraniano y de la Guardia Nacional tampoco van a la zaga del jefe de Estado: la venta de vehículos robados a la población de la llamada “zona ATO” y el reparto de “trofeos” se hace visible de vez en cuando para el público. Y de ahí a la negativa a dejar ir a las Repúblicas o a cumplir con los compromisos adquiridos con la firma del acuerdo de Minsk. Donbass se ha convertido en la razón de ser del régimen ucraniano y, por desgracia, el significado de todo ello se limita a la guerra, la muerte y la destrucción.