3 de noviembre de 2015

LA FANTASÍA DE LA “UNIDAD DE LA IZQUIERDA” DESCARTADA EN PORTUGAL

Julio Andrés Capey. Canarias-semanal.org

Lo ocurrido en Portugal, en nombre del “deber y las atribuciones constitucionales” de un presidente de gobierno podría ser un primer paso para neutralizar, más tarde por la vía violenta, cualquier cambio en la correlación de fuerzas que pudiera entenderse como debilidad e ineficacia del sistema para mantener el control “por consenso” de la sociedad.

La historia así lo muestra, dentro y fuera de las fronteras españolas. Cuando las reglas de juego no les favorecen y peligran sus intereses, la burguesía primero cambia la reglas y, finalmente, las suprime totalmente.

Como hemos visto, el presidente de Portugal, Aníbal Cavaco Silva, rechazó el gobierno de coalición formado con apoyo de la nueva mayoría parlamentaria. El jefe de Estado portugués justificó su decisión –léase, cambio de reglas- alegando la presencia de personalidades del llamado Bloque de Izquierda y de varios comunistas entre los miembros de dicho gobierno.

En 40 años de democracia ningún gobierno en Portugal había dependido nunca del apoyo de las fuerzas antieuropeas, como las fuerzas que hacen campaña para abrogar el Tratado de Lisboa, el Pacto Presupuestario, el Pacto de Crecimiento y Estabilidad, así como para desmantelar la unión monetaria y salir del euro, sin mencionar la salida de la OTAN”-declaró el presidente Cavaco Silva.

Y agregó más adelante, “Es el peor momento para un cambio radical de las bases de nuestra democracia (…) Después de que hemos realizado un programa oneroso que implica grandes sacrificios, es mi deber, y entra dentro de mis poderes constitucionales, hacer todo lo posible por evitar el envío de falsas señales a las instituciones financieras, a los inversionistas y a los mercados”.

No es nuestra intención valorar aquí el círculo vicioso en el que incurre el presidente de Portugal con su maniobra política, para constatar hasta qué punto ésta constituye un golpe de Estado en toda regla o no.

Este breve análisis se dirige a la cuestión fundamental, que tiene que ver con la decisión del Partido Comunista de Portugal (PCP), de pactar con el Bloque de Izquierda y el Partido Socialista (PS) para la conformación de una coalición, con el fin de lograr una mayoría absoluta en el Parlamento portugués contra los conservadores.

Los protagonistas se sostienen sobre el argumento de “unidad” frente al conservadurismo.

Por el Bloque de Izquierda su líder, Catarina Martins, aseguró en su momento que sería “una pérdida de tiempo” nombrar jefe de Gobierno a un conservador.

Por su parte, el líder del PCP, Jerónimo de Sousa, había dicho que sería "incomprensible que se desperdiciase la oportunidad" de impedir que se formara un gobierno conservador.

La decisión es absolutamente errónea. No por el descalabro que ha sufrido el acuerdo, sino porque se trata de una de los peores lastres que enfrenta la estrategias que pretenden revolucionar la sociedad desde sus bases. El error consiste en apreciar este tipo de alianzas como una “oportunidad” para el cambio, cuando en realidad son parte del problema y no de la solución.

Es evidente que no son iguales los conservadores que el Bloque de Izquierdas. Solo que, ante los rigurosos hechos, ambos conducen al mismo callejón sin salida del sistema capitalista y sus relaciones perversas.

La táctica es engañosa y es reaccionaria, porque todo el aparato “democrático” burgués es un arma del capitalismo y, como arma de esa naturaleza, por más ropajes que lo vistan, es un arma al servicio de este sistema.

Existen suficientes pruebas de la forma en la que concluyen, para los comunistas, estas propuestas. Con una pérdida de la propia identidad y la aceptación de las mismas políticas económicas que deberían combatir

En ese escenario se vieron los esperpentos de los poderosos Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Francés, que en las sesiones parlamentarias iban contra los trabajadores –a favor de privatizaciones, contra las pensiones- mientras por la tarde jugaban a movilizarlos contra aquellas mismas políticas.

Y es que un cambio de Gobierno no modifica los aspectos cruciales que subyacen bajo la política visible de los parlamentos. La forma en la que las clases dominantes de la sociedad detentan el verdadero poder.

Aun cuando el pacto rechazado se hubiera producido en Portugal, al país habría continuado igual y el pacto de estabilidad incólume. La hoja de ruta de la UE seguiría su mismo rumbo, tal y como ya ha sucedido en Grecia con el gobierno de Alexis Tsipras.

El objetivo de lograr la “unidad” a cualquier precio para formar gobiernos contra los conservadores, con el control de las formaciones socialdemócratas de viejo o nuevo cuño, no solo conduce a la desmovilización social. Refuerza también la idea de que las políticas neoliberales que finalmente se aplican son tan “naturales” como la Ley de la Gravedad y la ficción de que mediante la vía de las urnas es posible resolver los problemas de la sociedad.

Esconde el carácter de clase del moderno parlamentarismo, que no encuentra entre sus miembros a un solo trabajador.

En medio de toda esta discusión, una circunstancia objetiva expuesta en su día por Lenin manifiesta la inconsistencia del supuesto reformista.

El capitalismo –afirmaba el revolucionario ruso - es la propiedad privada de los medios de producción y la anarquía de la producción. Predicar una distribución "justa" de la renta sobre semejante base es proudhonismo, necedad de pequeño burgués y de filisteo. No puede haber más reparto que en proporción a la fuerza”.

Pero además, la Unión Europea es un acuerdo de los capitalistas del continente para competir con otros polos imperialistas como el de Estados Unidos, que retrotrae a los países que la conforman a sus viejas aspiraciones históricas.

Porque si los proletarios de los países europeos creen todavía en los parlamentos, en las concertaciones con la empresa, en la vía democrática y electoral, y en los cambios sin conflictos agudos, se debe entre otras causas, a decisiones como estas que emprenden partidos que deberían ser, como proclaman, referentes de los asalariados.

No se pueden conciliar las ideas emancipatorias y las europeístas de la ideología burguesa. Los proletarios no encontrarán nada para ellos en los proyectos de alianzas con los capitalistas y sus representantes socialdemócratas. Europa nunca podrá discurrir en paz y unida, mientras continúe regida por el Capital que también controla el Mundo.

Negar por principios esta posibilidad de concordato táctico con fuerzas que no son revolucionarias no es, en absoluto, una muestra de sectarismo ramplón. Es la tozuda realidad, la Historia, la que marca la pauta de esta visión, que no tranza con principios cardinales.

Porque, sencillamente, hoy no hay lugar, ni tiempo, para las ilusiones pequeño-burguesas sobre la “democracia” y la Europa unida de régimen capitalista.

Por otro lado, las fuerzas revolucionarias no deben pasar por alto que el aumento de la consciencia en la sociedad, que se manifiesta antes en forma de voto “equivocado”, o en conciencia que ve nítidamente que la raíz del mal está en el capitalismo y no en la falta de derechos, traerá consigo, antes o después, una reacción que puede ser fascista.

Como clase dominante, la burguesía, que encarna el poder económico pasará sin contemplaciones de la “democracia inoperante” a la “dictadura necesaria”. Y a las fuerzas populares les conviene prepararse, en todos los terrenos necesarios, para esta nada improbable posibilidad.