4 de abril de 2014

DANZAD, DANZAD, OBREROS

Dibujante: Ramón. Publicación: Hermano Lobo. 1973
Antonio Maestre. La Marea

Los últimos datos del paro con más de 83.000 afiliados a la Seguridad Social han servido al Gobierno y sus seguidores para consolidar su relato de la recuperación económica. Frente a ello, la situación de precariedad y faltas de expectativas de la mayoría de la sociedad española, que ve cómo los datos macroeconómicos no se reflejan en su vida cotidiana. La creación de empleo, que ni siquiera rebaja la tasa del paro al 25%, viene acompañada de una precarización de las relaciones laborales y una característica muy común en países como EEUU, lo que Barbara Ehrenreich llama “la desesperación de ser un esclavo asalariado”.

La pobreza laboral es aquella que te sitúa debajo del umbral de la pobreza a pesar de tener un trabajo y un sueldo.Según un estudio de la Fundación Alternativas, la pobreza laboral en España ha pasado del 10,8% al 12,7% en el periodo que abarca de 2007 a 2010. Esta circunstancia se refuerza debido a la instrumentalización que los grandes empresarios hacen de la tasa de paro y de la necesidad acuciante de los desempleados. Hay mucha gente esperando en la calle para cada puesto de trabajo, por lo que se pueden rebajar con soltura los salarios, que siempre habrá quién los acepte. La dignidad del obrero se acaba vendiendo cada vez más barata.

Unos jornaleros esperaban durante los años 20 en la plaza del pueblo a que un latifundista llegara a ofrecerles algo de trabajo con el que paliar un poco el hambre y la miseria. Era periodo de elecciones y el que ofrecía algo era el dueño de un cortijo, que les daba un par de duros a cambio de que votaran al cacique del pueblo. Casi todos cogieron el dinero, conscientes de que significaba un par de semanas de menos padecimiento. Un jornalero cogió los duros, miró al terrateniente, y los lanzó a los pies del que quería comprar su dignidad. “En mi hambre mando yo”, dijo.

Esta frase prologa el libro España, publicado en 1929 por el periodista Salvador de Madariaga, una sentencia que representa la dignidad del obrero y el trabajador cuando, en la más absoluta de las miserias, hace relucir su dignidad y muestra al poderoso la más efectiva arma de la que dispone un trabajador: la fuerza del que no se doblega ni se pliega y mantiene la cabeza alta incluso en las peores circunstancias.

Una noticia publicada por el diario El Mundo, el pasado mes de febrero, que explicaba cómo una chica denunció a una empresa por haberse lesionado de gravedad durante el proceso de selección para un empleo nos retrotrae a esos momentos donde la dignidad del obrero y el trabajador podían comprarse a cambio de su simple subsistencia. La empresa obligaba a los aspirantes al trabajo a luchar por un billete de 50 euros con sus compañeros para conseguir el ansiado empleo que les permitiera sobrevivir unos cuantos meses a cambio de un sueldo indecente.

La escena recordaba a la película de Sidney Pollack Danzad, danzad, malditos. En EEUU en mitad de la Gran Depresión se organiza un marathon de baile. Multitud de trabajadores hambrientos y desesperados se apuntan al espectáculo a cambio de alojamiento y comida y de la posibilidad de alcanzar un jugoso premio que solucione su situación.

El concurso sirve como entretenimiento para que los más afortunados, los que no fueron afectados por la crisis, disfruten con el sufrimiento del que pierde la dignidad a cambio de un poco de alimento para mitigar su sufrimiento. El punto dulce del capitalismo. Aquel en el que la mano de obra pierde su capacidad de lucha porque la necesidad le supera, pero no sufre la suficiente desesperación como para levantarse contra el sistema.

La situación que se está viviendo en España con el trabajador autóctono es la misma que se daba con el inmigrante sin papeles. La situación de desamparo y necesidad del inmigrante irregular le obliga a aceptar puestos de trabajo, remuneraciones y condiciones laborales que en una situación normal ningún trabajador aceptaría. Este proceso es el que Nicholas de Geneva llamaba “inclusión por ilegalización”, despojar de papeles a un sector importante de los inmigrantes permite su inclusión salarial en el sistema en condiciones de extrema vulnerabilidad. Su exclusión de la legalidad permite explotarlos intensamente.

Ese mismo mecanismo es el que se instaura entre los trabajadores con papeles cuando tienen que competir por un puesto de trabajo. La escasa oferta de empleo y la amplísima demanda permite jugar a los empresarios con el derecho al trabajo del mismo modo que lo hacen con los precios. Pueden bajar los salarios y disminuir los costes debido a la amplísima demanda de trabajadores dispuestos a acceder a nuevas condiciones. Se trata de despojar de derechos al trabajador para hacerlo más maleable, más servil y menos exigente. De Geneva decía que la precarización por exclusión legal sirve como método de docilización por inquietud. Pero cada vez hacen falta menos inmigrantes sin papeles para cumplir el rol de trabajador dócil provocado por la inquietud. La crisis ha proporcionado al sistema empresarial millones de obreros legales con esas características.

El Gobierno, consciente de la oportunidad que ofrece la crisis, ha configurado una reforma laboral que despoja a los trabajadores de derechos, de modos efectivos de lucha y de herramientas de cohesión y solidaridad. Con esta reforma no se buscaba la creación de empleo, sino dejar al trabajador sin seguridad para que se vuelva menos combativo y exigente y tenga menos capacidad de maniobra y de negociación con la patronal. El fin último de la reforma laboral, y de todas las medidas del Gobierno, es crear un sistema en el que trabajador sea el eslabón más débil y tan sólo le quede aceptarlo y competir entre sus similares por las migajas que le ofrece el mercado laboral. Las continuas declaraciones de la CEOE, Rosell, y otros miembros de la patronal pidiendo los minijobs con el argumento de que es mejor un trabajo de 400 euros que ninguno es el perfecto ejemplo de lo aquí expresado. Joaquín Almunia lo dijo alto y claro “Mejor algo mediocre que nada”. La estrategia generalizada de represión obrera mediante leyes y miedo para que su desesperación le lleve a aceptar trabajar para ser pobres. Ya tenemos dos trabajadores al precio de uno, dentro de poco dos trabajadores serán menos importantes que un apero.

“¿Qué os creéis que valéis uno o dos de vosotros?, lo que sí me importaría sería perder un bote”, decía el patrón del barco del libro Kanikosen, de Tajiki Kobayashi, a sus pescadores.