10 de marzo de 2014

DERECHAS CON LOOK DE IZQUIERDA

Raúl Zibechi. Alainet 

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG
El texto que a continuación les presento tiene el interés de reflejar el modo en el que determinadas fundaciones globalistas y liberales penetran dentro de los espacios de la protesta social y de los territorios ideológicos de las izquierdas. Hasta ahí todo bien. 

El problema surge cuando, localizado el fenómeno, éste se acota a una determinada geografía o ámbito de despliegue de dichas fundaciones. A los Zibechis, como a tantos otros, les sucede que descubren lo inmediato a través de una evidencia concreta, sin atreverse a denunciar o ser capaces de ver el carácter global de la actuación de las fundaciones globalistas y liberales a nivel mundial. 

Pareciera que el fenómeno que denuncian sólo sucediera en unos territorios delimitados, en unas zonas concretas del mundo, en muchos casos aquellas que, por su carga simbólica y hasta emocional para las izquierdas, debieran ser defendidas a ultranza. 

Se niegan a entender los Zibechis que, si las fundaciones que camuflan su modo de actuar con un “look de izquierdas” penetran con su mercancía ideológica en Venezuela, Ucrania o Siria, por mencionar sólo algunos de los ejemplos citados en el artículo que después leerán, no dejan de hacerlo también en el resto del mundo. ¡Coño, es la lógica de la globalización y son fundaciones globalistas las que actúan! 

El problema de los Zibechis es que sólo reconocen su actuar cuando las “revueltas” protagonizadas por masas dirigidas por los citados agentes les muerden el culo -de nuevo Siria, Venezuela o Ucrania-, y aún así, no siempre, pero no reconocen su relato; esto es, su discurso político, su lenguaje, ajeno a la lucha de clases y centrado en la retórica de la “democracia real”, el “empoderamiento”, "inclusividad" y majaderías semejantes. Ello es especialmente escandaloso cuando la crisis capitalista ha sido, es y será, porque no se ha acabado ni mucho menos, el gran ardid para devolver a las clases trabajadoras a condiciones de vida del siglo XIX. No se entiende, entonces que el discurso que haya que sostener desde las izquierdas sea el del postmoderno movimiento antiglobalización, penetrado hasta los tuétanos por las ideologías del poder económico y por su financiación, y al que Raúl Zibechi rinde título de línea de izquierdas; un movimiento que niega la centralidad de la clase trabajadora como necesario sujeto revolucionario de la historia. 

El problema de los Zibechis  y de las propias izquierdas es que están tan contaminados y envilecidos ideológicamente que no reconocen cuál tendría que ser su hilo rojo discursivo y programático, y mucho menos el de las izquierdas revolucionarias, hoy sumergidas y hasta derrotadas en muchos lugares del mundo pero no muertas porque las razones que les dan vida -un mundo dividido entre explotadores y explotados- están más vivas que nunca. 

De ahí que no me sorprenda que los Zibechis que en el mundo son sean incapaces de ver lo que algunos llevamos casi tres años denunciando: que las primaveras árabes han reforzado el fundamentalismo islámico en el mundo -¿qué otro brazo emplea USA en Siria que no sea ese?-, que el movimiento Occupy Wall Street, el 15M español -que ha uncido a las ya reformistas izquierdas a un discurso muy alejado de la propia izquierda- o el mejicano “yo soy 132” son parte de toda esa ola neoliberal, bien que disfrazados de movimiento popular, que no de izquierdas, ciudadanista. ¿Es que acaso no reconocen en el ciudadanismo el veneno interclasista, inclusivo y capaz de llamar compañero a cualquier empresario explotador que no forme parte del mantra del 99%? ¿Creen ustedes acaso que se hubiera publicado en Alainet -reserva espiritual de los antiglobalización- o replicado en rebelion.org del reaccionario y títere del imperialismo Santiago Alba Rico el presente artículo si el discurso del señor Raúl Zibechi hubiera sido otro y hubiese apuntado directamente contra el pensamiento y el accionar de los llamados indignados? 

La cuestión no es tan simple como la pretende pintar el señor Zibechi. No es que las fundaciones globalistas se monten en una ola ajena para reorientarla sino que la han diseñado previamente con el fin de dirigirla hacia un lugar muy distinto de la lucha de clases. Estos movimientos que tanto les gustan a los Zibechis han nacido con su carácter de clase media atemorizada por la pérdida de su estatus y con un discurso antipartidos, en genérico, populista y de deseo de vuelta a los buenos tiempos para su clase; nunca de cuestionar la naturaleza del propio capitalismo, sino a lo sumo de las élites más ricas del mundo y del capital financiero, que no es más que una parte del sistema económico. Su objetivo no es el derribo de un sistema intrínsecamente injusto sino su "reset por fallo del sistema".

En cuanto a las fundaciones de George Soros, yo mismo he vivido la experiencia de encontrármelos en un seminario de Derecho Penal sobre la Ley Mordaza en la Universidad Complutense de Madrid, en concreto a la Open Society Justice, que es hermana de la Open Society Fundation. ¿La pregunta es qué tienen ciertas orientaciones de la protesta social para que los globalistas se sientan cómodos en ellas y no sean denunciados?

Sin más, les dejo con el presente artículo que, al menos tiene el interés de desvelar parte del asunto, aunque pretende separar un supuesto grano, que no lo es, de una paja, que lo es en su conjunto. 

Derechas con look de izquierda
Las recientes manifestaciones de masas generadas por las derechas en los más diversos países, muestran su capacidad por apropiarse de símbolos que antes desdeñaban, introduciendo confusión en las filas de las izquierdas. 

El 17 de febrero de 2003 Patrick Tyler reflexionaba sobre lo que estaba sucediendo en las calles del mundo en una columna en The New York Times: “Las enormes manifestaciones contra la guerra en todo el mundo este fin de semana son un recordatorio de que todavía puede haber dos superpotencias en el planeta: los Estados Unidos y la opinión pública mundial”

“Mira a tu alrededor y verás un mundo en ebullición”, escribe el editor estadounidense Tom Engelhardt, editor de la página 'Tomdispatch'. En efecto, diez años después del célebre artículo del Times, que dio la vuelta al mundo en ancas del movimiento contra la guerra, no hay casi rincón del mundo donde no exista ebullición popular, en particular desde la crisis de 2008. 

Se podrían enumerar la Primavera Árabe que derribó dictadores y recorrió buena parte del mundo árabe; Occupy Wall Street, el mayor movimiento crítico desde los años sesenta en Estados Unidos; los indignados griegos y españoles que cabalgan sobre los desastres sociales provocados por la megaespeculación. En estos mismos momentos, Ucrania, Siria, Sudán del Sur, Tailandia, Bosnia, Turquía y Venezuela están siendo afectadas por protestas, movilizaciones y acciones de calle del más diverso signo. 

Países que hacía décadas que no conocían protestas sociales, como Brasil aguardan manifestaciones durante el Mundial luego de que 350 ciudades vieran cómo el desasosiego ganaba las calles. En Chile, se ha instalado un potente movimiento juvenil estudiantil que no muestra signos de agotamiento y en Perú el conflicto en torno a la minería lleva más de un lustro sin amainar. 

Cuando la opinión pública tiene la fuerza de una superpotencia, los gobiernos se han propuesto entenderla para cabalgarla, manejarla, reconducirla hacia lugares que sean más manejables que la conflagración callejera, conscientes de que la represión por sí sola no consigue gran cosa. Por eso, los saberes que antes eran monopolios de las izquierdas, desde los partidos hasta los sindicatos y movimientos sociales, hoy encuentran competidores capaces de mover masas pero con finas opuestos a los que esa izquierda desea. 

Estilo militante 
Desde el 20 hasta el 26 de marzo de 2010 se realizó en el departamento uruguayo de Colonia un “Campamento Latinoamericano de Jóvenes Activistas Sociales” (http://alainet.org/active/37263), en cuya convocatoria se prometía “un espacio de intercambio horizontal” para trabajar por “una Latinoamérica más justa y solidaria”. Entre el centenar largo de activistas que acudieron ninguno sospechaba de dónde habían salido los recursos para pagar sus viajes y estadías, ni quiénes eran en realidad los convocantes (Alai, 9 de abril de 2010). 

Un joven militante se dedicó a investigar quiénes eran los Jóvenes Activistas Sociales que organizaban un encuentro participativo para “comenzar a construir una memoria viva de las experiencias de activismo social en la región; aprender de las dificultades, identificar buenas prácticas locales aprovechables a nivel regional, y maximizar el alcance de la creatividad y el compromiso de sus protagonistas”

El resultado de su investigación en las páginas web le permitió averiguar que el campamento contó con el auspicio del Open Society Institute de George Soros, y de otras instituciones vinculadas al mismo. La sorpresa fue mayúscula porque en el campamento se realizaban reuniones en ronda, fogones y trabajos colectivos con papelógrafos, con fondo de whipalas y otras banderas indígenas. Un decorado y estilos que hacían pensar que se trataba de un encuentro en la misma tónica de los Foros Sociales y de tantas actividades militantes que emplean símbolos y modos de hacer similares. Algunos de los talleres empleaban métodos idénticos a los de la educación popular de Paulo Freire que, habitualmente, suelen emplear los movimientos antisistémicos. 

Lo cierto, es que unos cuantos militantes fueron usados “democráticamente”, porque todos aseguraron que pudieron expresar libremente sus opiniones, para objetivos opuestos para los que los convocaron. Este aprendizaje de la fundación de Soros fue aplicado en varias ex repúblicas soviéticas, durante la “revuelta” en Kirguistán en 2010 y en la revolución naranja en Ucrania en 2004. 

Ciertamente, muchas fundaciones y las más diversas instituciones envían fondos e instructores a grupos afines para que se movilicen y trabajen para derribar gobiernos opuestos a Washington. En el caso de Venezuela, han sido denunciadas en varias oportunidades agencias como el Fondo Nacional para la Democracia (NED por sus siglas en inglés), creada por el Congreso de Estados Unidos durante la presidencia de Ronald Reagan. O la española Fundación de Análisis y Estudios Sociales (FAES) orientada por el expresidente José María Aznar. 

Ahora estamos ante una realidad más compleja: cómo el arte de la movilización callejera, sobre todo la orientada a derribar gobiernos, ha sido aprendida por fuerzas conservadores.

El arte de la confusión 
El periodista Rafael Poch describe el despliegue de fuerzas en la plaza Maidan de Kiev: “En sus momentos más masivos ha congregado a unas 70.000 personas en esta ciudad de cuatro millones de habitantes. Entre ellos hay una minoría de varios miles, quizá cuatro o cinco mil, equipados con cascos, barras, escudos y bates para enfrentarse a la policía. Y dentro de ese colectivo hay un núcleo duro de quizás 1.000 o 1.500 personas puramente paramilitar, dispuestos a morir y matar lo que representa otra categoría. Este núcleo duro ha hecho uso de armas de fuego” (La Vanguardia, 25 de febrero de 2014). 

Esta disposición de fuerzas para el combate de calles no es nueva. A lo largo de la historia ha sido utilizada por fuerzas disímiles, antagónicas, para conseguir objetivos también opuestos. El dispositivo que hemos observado en Ucrania se repite parcialmente en Venezuela, donde grupos armados se cobijan en manifestaciones más o menos importantes con el objetivo de derribar un gobierno, generando situaciones de ingobernabilidad y caos hasta que consiguen su objetivo. 

La derecha ha sacado lecciones de la vasta experiencia insurreccional de la clase obrera, principalmente europea, y de los levantamientos populares que se sucedieron en América Latina desde el Caracazo de 1989. Un estudio comparativo entre ambos momentos, debería dar cuenta de las enormes diferencias entre las insurrecciones obreras de las primeras décadas del siglo XX, dirigidas por partidos y sólidamente organizadas, y los levantamientos de los sectores populares de los últimos años de ese mismo siglo. 

En todo caso, las derecha han sido capaces de crear un dispositivo “popular”, como el que describe Rafael Poch, para desestabilizar gobiernos populares, dando la impresión de que estamos ante movilizaciones legítimas que terminan derribando gobiernos ilegítimos, aunque estos hayan sido elegidos y mantengan el apoyo de sectores importantes de la población. En este punto, la confusión es un arte tan decisivo, como el arte de la insurrección que otrora dominaron los revolucionarios. 

Montarse en la ola 
Un arte muy similar es el que mostraron los grupos conservadores en Brasil durante las manifestaciones de junio. Mientras las primeras marchas casi no fueron cubiertas por los medios, salvo para destacar el “vandalismo” de los manifestantes, a partir del día 13, cuando cientos de miles ganan las calles, se produce una inflexión. Las manifestaciones ganan los titulares pero se produce lo que la socióloga brasileña Silvia Viana define como una “reconstrucción de la narrativa” hacia otros fines. El tema del precio del pasaje pasa a un segundo lugar, se destacan las banderas de Brasil y el lema “Abajo la corrupción”, que no habían estado originalmente en las convocatorias (Le Monde Diplomatique, 21 de junio de 2013). Los medios masivos también desaparecieron a los movimientos convocantes y colocaron en su lugar a las redes sociales, llegando a criminalizar a los sectores más militantes por su supuesta violencia, mientras la violencia policial quedaba en segundo plano. 

De ese modo, la derecha que en Brasil no tiene capacidad de movilización, intentó apropiarse de movilizaciones cuyos objetivos (la denuncia de la especulación inmobiliaria y de las megaobras para el Mundial) estaba lejos de compartir. “Es claro que no hay lucha política sin disputa por símbolos”, asegura Viana. En esa disputa simbólica la derecha, que ahora engalana sus golpes como “defensa de la democracia”, aprendió más rápido que sus oponentes.